Una de estatal, la del general.
Voy a comenzar diciendo que no sé muy bien qué pintan estos representantes de las Fuerzas Armadas en las comparecencias públicas diarias que hacen algunos cargos con altas competencias designados por el mismo Gobierno. No sé muy bien lo que pintan, aunque es verdad que no los escucho como para poder criticarlos severamente, pero hoy sí estuve atento a la comparecencia porque quería saber qué decía el general Santiago de la barbaridad que trascendió de ayer. La barbaridad fue su declaración sobre una de las líneas de trabajo del cuerpo que él dirige, nada menos que la Benemérita: «minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno». Lo escuché, esperando qu elo primero que saliera de su boca en el turno de intervención ante las cámaras fuera intentar aclarar no un lapsus, como excusó Marlaska, porque sería todavía peor, sino una error de expresión dado que la oratoria y dialéctica está claro que no es lo suyo, ni tampoco debe importar a la cualidad de ser buen guardia civil; claro que en la boutade dicha no hay más fijarse en las imágenes para darnos cuenta de que buscó en el papel lo que no le salió de corrido, como si alguien le hubiese escrito el guión y no debiera salirse del mismo, porque en la vista hacia el atril encontró la palabra mágica de “clima” y lo siguiente. Ahora también empiezo a sospechar del porqué de la presencia de estos guardianes de Fuerzas Armadas en este púlpito de cada día, pues lo tenemos tan experimentado en política que es fácil; se va captando las simpatías a la causa de uno dándoles favores y lisonjas, de tal manera que un enemigo acaba convirtiéndose en en leal defensor de la causa que antes atacaba. Esto es en general, no digo que sea lo particular de este General José Manuel Santiago, que ayer hizo un ¡Santiago y cierra Gobierno!, con o sin querer, como buen militar que entiende de esta orden: «cerrar». Cerrar filas en torno al gobierno para no dejar huecos que el enemigo pudiera atravesar. Esperemos que el general no sea Alceste, el misántropo de Moliére, cuyo juramento de ser franco y sincero se lo pasó por el forro de los huevos ante el enamoramiento de Célimène, o el Gobierno, concluyendo que al final se odia lo que en el fondo se ama, oropel. Esperemos que esta comedia se acabe de inmediato porque la libertad de expresión es el mayor bien de una democracia, si ésta falta no hay democracia que valga, y ya vamos cortos de valoración (ruedas de prensa ad hoc, pregunta del CIS sobre bulos, 15 millones de inyección a Grupos de Televisión, una administradora única en la televisión pública) como para no llegar a mañana.
Otra autonómica: la desescalada estudiantil
Yo no sé si a alguien sesudo se le ocurrió pensar en la posibilidad de una desescalada estudiantil ¡manda carallo con el neologismo! que tuviera en cuenta la asistencia repartida, por días y número, de escolares y universitarios a las aulas, de tal manera que pudieran ser orientados por sus profesores para aprender las materias sin tener que abandonar las medidas pertinentes para mantener la lucha contra la pandemia. Por ejemplo, si en una clase son treinta y cinco alumnos, qué problema habría en que lunes fueran siete, el martes otros siete y así sucesivamente en los cinco días de la semana para que pudiesen pasar todos los alumnos por el control y asesoramiento de sus profesores y orientadores escolares. De qué se trata, del aprobado general, o de que los alumnos sigan preparándose para ser algún día mejores ciudadanos de lo que lo somos los actuales adultos. ¿A alguien se le ocurrió?
Y la local: polémica prohibición a los bomberos del Concello de Ourense
Pues que les prohibieron a los bomberos de la ciudad ir a festejar los distintos cumpleaños de niños ourensanos por los que eran llamados por sus papás o mamás, y estalló la polémica. Aquí tenemos otro problema digno de que nos lo analicen psicólogos o psiquiatras que concierne a la resiliencia de nuestros pequeños. Son tiempos complicados y duros, muy difíciles de soportar, pero para todos. A todos nos falta la libertad, y si bien al niño la libertad que le falta es la de jugar, fundamentalmente, en el parque o al aire libre, a los demás les falta la misma libertad pero aplicada de forma distinta, e incluso libertad para vivir si ya están entrados en muchos años. Y nos tenemos que aguantar, porque el coronavirus no es ningún chiste o experiencia que haya venido solo para que después la podamos contar, sino una realidad nefasta con la que tenemos que luchar. Digo todo esto porque el personal, sobre todo especialista en actuar con problemas de importancia vital que se pueden suscitar en cualquier momento, por eso están de guardia permanente, no deben jugar el papel de consuelo a los más pequeños porque hoy sea su cumpleaños y mañana su santo, y los papás no puedan darle los regalos a los que los tenemos acostumbrados. Pues no, y hay que entenderlo, porque los bomberos deben estar prestos para lo que se crearon. Si quieren, y si la cosa es tan importante para la salud de los pequeños, pues que vengan los profesionales de la salud infantil a advertir a las autoridades que deben implementar un nuevo servicio en la ciudad, por si este confinamiento se repite: el servicio de alegría y entretenimiento a los vecinos. Por cierto, me ofrezco a dirigirlo por un módico precio de Jefe de Servicio. Es una ironía.