A Palleira es la casa de Willy. En pleno monte, sin vecinos enfrente que no sean los muertos del cementerio de al lado, como un carballo más en hectáreas donde la presencia humana es la suya o Montse. A Palleira es una de las casas más cálidas, bonitas y acogedoras que jamás conocí. No son metros de lujo ni artículos de diseño hecho por la decoradora mas in, que va, son el gusto sencillo pero total del matrimonio, donde la naturaleza pinta las paredes mejor que ningún otro pincel. Luz, luz, y luz por todas las esquinas, y una finca que da chollo cortarle el pelo pero que para un tipo como Willy, coronel de guerrilleros en la reserva y deportista hasta la médula, es el aire que respira y le da por detrás la coronavirus. Lo extraño, pero me alegro que no salga de ese palacio.
La primera foto, dice Willy, es el salón donde ve la telecine (es cinéfilo hasta decir basta), lee, etc.
La segunda corresponde a su despacho, donde planea sus rutas para la Universidad, los viajes por todo el mundo que se hace la pareja, y demás ocupaciones en las que está metido
La tercera, es una vista de la finca, con su ¿chabola? al fondo, restaurada para que la habiten sus hijas y familia cuando llegan de la capital del reino a pasar unos días. Aquí se sienta Willy a admirar el paisaje.