Estoy un poco aburrido de algunas discusiones en las redes sociales por parte de distintas ideologías. Bueno, hablar de ideologías es hablar demasiado, mas bien me refiero a personas e intereses políticos concretos, ya sea en ejercicio o por simpatía, con un sesgo de confirmación bien arraigado para no dar lugar a ninguna discusión de argumentos y debate de ideas. Algunos bien dotados de personalidad explosiva cuyo comportamiento no sólo se rige por normas morales sino también dramatúrgicas. Pues como no quiero hablar de política, al menos de momento, ya que me deprime esta discusión en redes, donde en dos líneas cualquiera despacha la verdad suprema, y en un formato donde siempre asoman demasiados serviles que protegen su opinión con el aborrecible anonimato cobarde y muchas veces pendenciero de carallo, hoy voy a hablar del patio de mi casa.
Pues sí, el patio de mi casa es feo a rabiar. No es que no lo conociera ya pero de verdad que es ahora cuando me percato de lo feo que es. Son muchas horas frente a él. Siempre le di la espalda, comprendiendo el adverbio ya más de cincuenta años, pero ahora el confinamiento me somete al cuadro si o sí, si es que quiero -y quiero- que respire mi vista con el cielo, las nubes y aquel paisaje que asoma tímidamente entre las casas de mi patio. Menos mal que cuando me agobia su aspecto cruzo el descansillo de mi casa y entro en la de mi madre que da a la calle y ahí tomo oxígeno con otro paisaje urbano que sin ser bello no es feo. Trabajo al lado de una ventana, para dejar pasar la luz natural, por tanto no queda otra que dejar pasar también la vista de chimeneas, cubiertas sucias por el polvo acumulado, traseras construidas sin pensar en nadie que las pueda ver, una falta de simetría entre altos y bajos edificios cuya perspectiva me provoca un fatal deseo para los habitantes de los pisos superiores, el de pasar una rebarbadora que los igualese, al menos. En fin, es lo que hay, y no es poco muy mi patio es abierto, simplemente hoy me he decatado más que ayer y espero que más que mañana, de que mi patio es feo. Por cierto, ahora se ha puesto de moda en estos patios abiertos que algún vecino, después de los aplausos a los que yo también me asomo, haga sonar su equipo de alta fidelidad a todo trapo y para todos con la música que le pete. Creo que no está bien, comprendo que sean los músicos que habiten el mismo espacio quienes deleiten con su talento cinco minutos, o diez, a sus vecinos, pero que conecten el aparato y metan ruido, a mí, de fiestas populistas, lo justito. En todo caso, que suene el “Resistiré” que canta todo el mundo para animarnos, o que suene la última de La Oreja…, pero nada más, por favor.
Una cosa que me llama la atención es que recibo últimamente mucha petición en facebook de mujeres atractivas pidiéndome amistad, como la que les muestro. La verdad es que me pregunto el porqué de su interés, porque no me percato, o tal vez sí, pero, por si acaso y tras un titubeo a primera vista (otra vez la vista reclamando protagonismo, hay que ver que importante es este sentido) declino y elimino la invitación. Ya decía San Pablo que lo inteligente es alejarse de las tentaciones y aquí creo que lo soy, pues me pega que detrás de esta belleza está un lagarto de V. Lagarto, lagarto.