En el frontis del cementerio de Ourense, reza “El término de la vida aquí lo veis, el destino del alma según obréis”. Cruzo el umbral de la advertencia católica y pienso que conmigo no irá la cosa. Porque tengo claro que al fuego o a la incineradora moderna. Eso sí, después de que me vacíen el cuerpo, soy donante de órganos desde hace un montón de años; por cierto, en el ojo derecho tengo miopía, y en el izquierdo, presbicia; ¡vaya! lo que llaman vista anfibia que complementa ambas heridas. Hoy vengo al panteón familiar después de años, aprovechando la propaganda del día, quizás e inconscientemente en busca de “principios”, más muertos que mi padre, que hace ya más de 31 años que lo está. Sí, los principios están aquí, en el individuo perecido porque lo que es en la sociedad actual, ¡ay, mi má!, aquí sólo muertos “finales”. Finales como la finalidad de los mortales actuales en busca del … poder, y poder para conquistar, ¿qué? Comencé a rezar un Padrenuestro, la oración que me sé, y ocurrió algo por primera vez, algo inusitado en mi vida y que me estremeció absolutamente, casi no daba crédito, mi cara si tuviera un espejo la vería a cuadros, no puede ser… pensé; pero no, no ocurrió ningún milagro ni se me apareció mi padre bilocado del más allá, ni tampoco advertí ninguna energía espectral. No, simplemente me quedé en blanco antes de la mitad de la oración, se me atrancó en la memoria y no la pude recitar como siempre había hecho; tuve que volver al principio y resetearla en la base de datos a tono corrido, hasta que por fin pude seguir… hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo… ¡Que susto, Dios!, la laguna por un momento me ahogó. Acabé la oración mirando la piedra tras la que está la caja de cinc que guarda el cráneo, un fémur y dos implantes que pude constatar personalmente son los restos de mi padre cuando lo recogimos de su podrido ataúd. Por cierto, si quiere jugar a muertos el homo festivo y lúdico de hoy en día, que sale de fiesta para celebrar con tanta “banalidad” la muerte, pásese por sus muertos y los vean; es genial.
Después bajé caminando hacia el centro de Ourense pero me paré en la terraza desde donde se divisa gran parte de la ciudad y vi en el horizonte una grúa, como un espejismo en el oasis del desierto laboral en que nos hemos convertido; hoy más datos económicos y sociales en el periódico situándonos al final del rabo, que sí, que hasta el rabo todo es toro, pero rabo que sólo colea. La grúa, a lo que se ve, está situada en la calle del Progreso, acaso llamada así porque ahí, en esa calle, se progresa mucho si estás dentro del edificio principal que resulta ser la Diputación provincial. Lo que sí sigue progresando es la suciedad y el botellón porque ¡vista a la derecha, ar! y la basura por el suelo salta a esa vista y a la de la izquierda. Pues ¡hala!, a ver si dentro de unos años, al pasar nuevamente por aquí y asomarme a esta vista preciosa de Ourense que resulta de la Catedral, vemos otra grúa obrando hacia arriba lo que hoy no lo empina ni la mejor Catherina. Y las calles mojadas o no, más limpias o sí.