Hola Carlos, hacía tiempo que no hablaba contigo y hoy he pensado que si hay tiempo para hacer el indio pues como no lo va a haber para traerte de nuevo a la vida, mi vida. La verdad es que no sé si te traigo yo o eres tú el que me llevas a tus confines, allá donde el recuerdo se funde con algo mágico y trascendente que nos pone en contacto. Pero, de momento, el recuerdo aquí me lleva a esa época bien documentada en esta sola fotografía magnífica, muy Truffaut, no en vano íbamos al Centro de Enseñanzas de la Imagen de Madrid; aunque, en verdad, la magnificencia no es debida a la técnica aprendida sino a esa pose natural y pasota de dos personas, mi pareja preferida de entonces – una como novia, otro como mejor amigo – . Recuerdo aquellos años en que nos rebelamos a decir sí porque sí, y nos fumábamos la vida como si no fuera a tener fin. No sé cuando tiré el adoquín que durante años conservé en el Dos Caballos azul que nos desplazaba por la carretera del inconformismo, pero ahora lo lamento, porque aquel adoquín me lo habías traído de la vía del tren que como caminero de Renfe hacías trabajando con Malingre cual si fuera un gran trofeo, la escultura esculpida por verdadero artista de la vida, siempre en el alambre, ¡cuán extremista eras! Teníamos ganas de merendar el mundo con una libertad distinta a la reivindicación política, más bien la existencial de buscar un camino propio que jamás podríamos encontrar. Nos faltaban claves. Pero era apasionante creer que lo había. Aquí se te ve con Paloma ¡que bien te entendías con ella! sin levantar ningún mosqueo de celos a terceros; los tres, juntos, parecíamos dos hombres y un destino de trágico final en caso de haber seguido con las ganas de vivir de entonces, de vivir en el sueño más que en la sociedad que conocíamos.
Hoy han pasado muchos años y pasaron muchas cosas, hasta ya pasó la muerte por ti, por lo que solo me queda escribirte para seguir desahogando contigo como lo hacía en los últimos días que pasamos juntos. Y es que hay mucho más frío, más vacío desde que no estás. Te quería contar que al final Adolfo te ha recordado para siempre en su novela, recordando su visita en tu casa cuando lo llevé porque quería verte; cuando nos había prometido las galeradas que te leería capítulo a capítulo el mismo sin que hubiera llegado a tiempo. Quería decírtelo porque, además, la obra es buena. Ahora que dejó gran parte de su responsabilidad empresarial nos vemos bastante y hoy hablamos de ti, porque hablar de ti es tenerte de alguna manera. Carlos, si supieras como anda el mundo te volverías al lugar donde estás porque ya has pasado ese tránsito que nos asusta y no merece la pena volverlo a pasar, creo; únicamente por apoyar a los tuyos que hemos quedado atrás. En fin, Carlos, hoy me apetece traer esta fotografía de dos personas en la cúspide de la existencia, cuando el cuerpo pide volar y el vuelo resulta una aventura donde hay riesgo de grave caída también. Te abrazo, como siempre, desde estas líneas que tal vez ¡ojalá! floten sobre océanos siderales hasta encontrar tu energía, el alma grande de mi amigo. ¡Ah!, y si ves a mi padre por ahí, dale el mayor de mis abrazos.