Pues sí, ayer nos tocó ir desde donde escribo hoy a otra ciudad distinta a la mía por muchas razones, la del mar es total pero también un tono vital diferente: que si las jóvenes colegialas con faldas cortas y de cuadros, que si las menos jóvenes viniendo de la playa de Riazor con sus ropas entre urbanas y de arenal, cual en los pies sandalias o alpargatas, que si señoras de abolengo sentadas en terrazas de café en los Cantones, la verdad es que A Coruña ofrece una perspectiva para el llegado desde Ourense atractiva y sugerente, a no ser que simplemente sea la percepción que proyecta estar alejado de la rutina archiconocida que tantas veces nos impide ver más allá del prejuicio correspondiente. El caso es que un día como el de ayer supone un buen trago de agua en medio del desierto rutinario en que cae día a día la misma calle e igual gente. Escribo ya en pasado, aunque sea tan solo de horas, y mi recuerdo se templa con el sueño dormido en la noche. Menos mal, porque la excitación que me provoca conocer personas que me interesan es como un deporte de riesgo para ciertos aventureros a los que no entiendo pero que lo practican. Vayamos al relato.
Salimos de la estación de tren de Ourense a las 12,10 casi con los dedos en las orejas tratando de evitar el ruido infernal de estas máquinas que trabajan las grandes obras de remodelación de esta estación. Sorbí el café servido en la terraza sin tener en cuenta el calentón de leche que dispara su temperatura, pero las prisas por no despertar a los acúfenos ¡malditos! que siempre están ahí, merodeando, y que me tocan no solo los tímpanos sino las narices. Nos metimos dentro, vistazo al panel informativo y vuelta la vista hacia la entrada, entonces la vimos a ella, señora de metro ochenta de distinción y elegancia, extranjera, con una belleza serena, rubia y ojos claros, esperaba con cierta seriedad y con una maleta a alguien; cuando llegó él nos extrañó la relación; él podía ser por su edad inferior a la dama desde un secretario particular hasta un amante, pero ella no dio pie a mayor averiguación del que la pura imaginación permitiese. La señora no tomó el tren nuestro, así que como una figura de película la admiración bajó el telón.
Sentados en el tren, frente a nosotros un par de asientos por el medio, una mujer joven nos preguntó el destino del tren porque la duda se había metido en ella por culpa del pequeño retraso acumulado. La broma de decirle que iba a Madrid en lugar de a su verdadero destino, provocó la conversación posterior. La chica estaba de vacaciones pasando revista a la familia que tiene viviendo en distintas ciudades gallegas. Pero un día después volvería a Suiza, en concreto a Basilea donde lleva cuatro años trabajando como “Química”, y donde el Rhin le ofrece un baño frecuente a favor de la corriente. Acabó cambiándose de sitio para ponerse enfrente de nosotros y seguir hablando sin molestar al resto de pasajeros. Da gusto la sociabilidad en estos casos donde te cuentan cosas de otro país y aprendes.
Llegada a Coruña a la una y veinticinco del mediodía. Sol espectacular y taxi amable hasta el Hotel Blue en calle Juana de Vega. Las habitaciones no están listas, así que decidimos ir al barrio de vinos y tapas, para tomarnos algo y hacer más algo, ahora de tiempo. Al bar Bombilla, típico de toda la vida que conoce bien mi compañero de viaje Santiago y garantiza el buen pincho de tortilla y la croqueta contundente, que acompañadas de Mencía rico del Bierzo hacen que merezca nuestra alegría. Paseando como verdaderos “flaneurs” observamos el común denominador de este tiempo urbanita donde locales vacíos, casas pendientes de restauración y pintadas sin ningún propósito positivo, combaten contra la ordenada utilización de terrazas nada invasivas, el color limpio de una mañana clara y despejada que además de por la vista entra por la pituitaria de olores de mar que el de interior percibe como nadie. Calles estrechas nos sacan al paseo ancho y sin fin por el lado del mar, playa de Riazor, donde el arenal está bastante concurrido, si bien, curiosamente, por el sexo femenino. Una proporción de diez mujeres por cada hombre no es ninguna exageración, pues por tramos diferentes hice el recuento de esta proporción. Nos vamos hasta el final para ver Domus y Torre de Hércules, que solo asoma su final por detrás, enfrente. A Coruña recuerda a San Sebastián en la Concha pero tiene la gran ventaja sobre la capital donostiarra que no limita con tierra del otro lado sino más mar, el puerto, cosa inigualable y que pocas ciudades pueden disfrutar.
Tras un paseo largo tomamos otro vino con unas patatillas, nos dimos cuenta tarde que entramos en un mejicano donde los picantes no es lo más apropiado para nuestros estómagos ya algo delicados. Son las tres y llegamos al hotel donde las habitaciones están disponibles. La gobernanta Mary sube con nosotros en el ascensor y sonríe cuando sale del mismo en la primera planta y es saludada por su nombre, ya que es fácil leerse en el pequeño identificador que lleva colocado en su bata. Siesta, o descanso hasta las cuatro y media. Nos reencontramos en el hall y pedimos un taxi. Espera una visita importante en Estrella Galicia. Inmensa la fábrica, las oficinas están en edificio aparte, un edificio totalmente acristalado. Tercera planta y nos encontramos con la responsable de mi tema. El tema ahora no es cuestión en esta historia, pero acabé la reunión con optimismo y más ganas de seguir con el proyecto que me traigo encima. Vuelta a otro taxi, más calmado que el anterior que nos trajo volando más que rodando, el colombiano al volante además es de los que todo le molesta su conducción. No, ahora no, un tranquilo taxista que además resulta muy educado nos deja en la Plaza de Lugo, donde vuelta a emprender otro paseo, ahora por los Cantones y Puerto, donde un helado de La Vaca, magnífico el de nata, nos hace de postre de las tapas antes engullidas.
Vuelta al hotel a coger los libros para vender en la presentación. El objetivo al respecto, vender para cubrir los gastos del viaje, pues es más propósito divulgar el libro para interesar a más y más gallegos en él que no ningún negocio, actividad de la que me declaro inepto total. Cargado con el peso de la cultura nos vamos desde Juana de Vega hasta Sinagoga en la ciudad vieja, desde el Blue hasta Amigos dos Museos de Galicia, desde los modernos tiempos hasta el siglo pasado inspirador del libro que hemos hecho. Allí estaba ya Felipe Senén, anfitrión, interviniente presentador, alma y voz de esta importante Asociación gallega que se interesa por el territorio y todo lo que en él de interés encierra. Falta media hora para el comienzo y nos vamos a una jamonería cercana que nos recomienda; nos sorprende como se va llenando de gente, al salir estaban todas las mesas ocupadas por personas entrada en años, casi como un club de mayores o café a la antigua usanza como centro de reunión de personas que viven en el barrio, aunque aquí el café brilla por su ausencia y es el vino gran protagonista junto al picho jamonero. Llega mi querido amigo Juan Valencia que se nos fue hace tres años de Ourense y ahora son contadas las ocasiones que disfrutamos de su compañía ¡buena gente, pero que muy buena!.
Son las ocho de la tarde y esperamos cinco minutos de cortesía pues hay que valorar el esfuerzo de meterse en un local cuando fuera, al aire libre, se está de vicio; local, por cierto, encantador, donde me recordaba elcercano, lugares donde se reúnen la gente no para ver el fútbol ni jugar al naipe sino para la conversación y la escucha de gentes que cuentan algo diferente. Asisten alrededor de cuarenta personas y comenzamos. Después de la oratoria grandilocuente y voz poderosa de Felipe Senén, ocurrió que por primera vez al tocar el turno siguiente solté mi voz en galego pues es verdad que mi lengua materna es el castellano pues esta es la que escuché en las rodillas de mi madre, como diría y no recuerdo bien si fue él, el gran Borges. Pero la originalidad de esta presentación en cuánto a estos detalles no acabó conmigo sino con Santiago Lamas, pues de todos es sabido que le gusta llevar escrita su intervención que además tasa escrupulosamente con un tiempo medido para decir lo más sustancioso y no perder ni hacer perder el tiempo con lo accesorio; pues bien, dio gusto escuchar al autor de los textos que narra este viaje que hicimos juntos a pie de Ourense a San Andres de Teixido, escucharlo durante más de diez minutos sobre distintos aspectos de lo que representa la inspiración del proyecto O NOSO CAMIÑO. Magnífica intervención. Posterior y satisfactoriamente hubo dedicatorias a los amables compradores del libro por mi parte pues el señor Lamas escapa a estas cosas de siempre; lo máximo conseguido era que firmara después de la mía, completándolas. Los veinte libros vendidos, ¡victoria!, tan es así que me olvidé de recoger la bonita bolsa de Adolfo Dominguez donde los llevé.
Finalizado el acto, ya en la calle, esperaba el amigo Fernando Blanco, arquitecto y artista que lleva mas de veinte años viviendo en A Coruña; ahora, el bueno y bohemio Fernando ya piensa en su vuelta a Carballiño. Después del abrazo nos fuimos paseando cerca de allí hasta su estudio hogar donde estaba trabajando un compañero suyo en ese momento; decía bohemio porque el hogar estudio estaba lleno de pinturas, planos y libros, revueltos y un poco ciegos de falta de luz.
Seguidamente nos llevó a tomar un ribeiro a un bar también cerca, en la plaza donde está la Capitanía militar. Nos sentamos en la terraza y de proto apareció ella, una misteriosa mujer con su pequeño perro blanco. Fernando la conocer y nos dice su nombre, Blanca. La invitamos de inmediato a sentarse con nosotros. Y se sienta. Ella no bebe el ribeiro, solo agua. Hablamos y entonces sabemos que Blanca también es Andreu ¡hostia!, la poeta, viuda de Juan Benet, la historia de la literatura contemporánea nos abría sus páginas solo escuchándola. Además de mujer interesante nos cautiva su inteligencia y su belleza madura y serena. Los hados nos regalan terminar el día como casi lo empezamos, con una mujer que admirar. Pena de frío que nos atería el deseo de seguir charlando con Blanca toda la noche. Pero quedó una idea en el aire que a poco que venza la resistencia de Lamas será el reencuentro ilusionante de estar en Madrid presentando otro libro del que ya daremos cuenta, si lo conseguimos, con la propia Blanca en el centro de la diana del mismo. Yo quiero hacer ese diez, espero que el escritor no me desvíe el dardo. Nos despedimos en el parque donde ella, misteriosa mujer, premio Adonais con solo 21 años y tantos otros que jalonan su papel relevante en la poesía contemporánea española, nos dejó una impresión mágica del día donde cubrió cualquier expectativa.
En la Plaza de María Pita nos despedimos de Juan, quien celebraba el rato pasado este día como si fuera de película. Me alegro. Caminamos por el interior de entre dos aguas, para guarecernos del frío nocturno y pasamos entre bares por las calles que nos llevaban de vuelta al hotel. Pero antes una paradiña para meterle algo caliente al cuerpo. Cualquiera de esos bares nos valía, y paramos para tomarnos nuevamente una tortilla singular (tanto Santiago como yo somos personas a la que nos gusta echarle huevos a la vida) y una zamburiñas ricas, ricas, ricas… La joven llevó una gran propina porque el humor iba subido de tono y la alegría por este regalo de día bien merecía compartirlo un poco. Hotel y a dormir. Doce de la noche y mañana en uno de los primeros trenes a Ourense irían dos pasajeros de vuelta a su rutina, buena rutina por otro lado la que supone leer y programar otras nuevas actividades que nos hagan sentir vivos. Ojalá siempre haya en ellas una Blanca que conocer.