Lisboa es mucho Lisboa, al menos los kilómetros recorridos en el día así lo indican. Comenzando de norte a sur a caminar por la Avenida da República para continuar por la de Liberdade hasta llegar a rúa Augusta y acabar tras el arco en las escaleras de la Praza do Comercio, son así como mínimo cinco kilómetros cuesta abajo muy, eso sí, muy entretenidos observando plazas, estatuas altas casi como la luna de Pombal, escuchando continuamente aviones que sobrevuelan las cabezas y que la niebla tapa pero no silencia, tiendas de lujo que junto a los hoteles cinco estrellas te muestran una ciudad donde no hay miseria; claro está, miseria oculta tras estas calles y avenidas de Lisboa por un día, o sea, para el turista, y que ven otras esquinas distintas. Por supuesto, el lujo a veces se confunde con clase y buen gusto, porque se pueden vestir buenos trajes y conducir coches que llegan al hotel pertinente para ser tomados inmediatamente por los aparcacoches para que sus dueños no sufran disgusto alguno de entrar por el garaje cuando su billetera está diseñada solo para entradas y vestíbulos principales; pero ahí, precisamente, coincides con uno de estos ricachones que sobresaltan su condición porque bajan con el cinturón Boss desabrochado al apretar su fecunda barriga, estirando los brazos hacia arriba cual recién se levantara de la cama aunque en este caso en medio de la acera por la que pasamos los viadantes que observamos, y saliendo un ganado de acompañantes que parecen venir de dudoso tugurio en lugar de gran empresa. Sin duda Madonna habrá influido mucho en este tipo de garrulos que escogen Lisboa para sus vacaciones y que podrían elegir cualquier otro destino si los influencers se lo recomendaran, pero el caso es que se ven a patadas. Es el turismo imperante aquí y ahora, donde el que no se mueva no aparecerá en la foto que a través de la red enseñamos a esos otros, más quietos. Natural verse, en cualquier caso, de uno y otro signo en las calles llenas, repletas de turistas, además de la gentrificación propia que el efecto llamada portugués con diferentes leyes favorecedoras ha logrado para la preciosa ciudad.
Pero Lisboa, pese a la masificación es preciosa y la verdad da gusto verla, aunque sea solo por un día, y quizás mejor cualquier otro día que no viva en agosto. La ciudad antigua con su SEO superviviente al terremoto de 1855 entre calles empinadas que cuentan únicamente con el ascensor del Chiado para salvar tanta cuesta, y con los carromatos para turistas que así se ganan también la vida los lugareños transportando tanta curiosidad suelta. El edificio antiguo del Diario de Noticias, abandonado como claro síntoma de por donde va la prensa en todo el mundo, su cambio de sistema. Si se suspendiera la suscripción en bares y restaurantes, quizás habría una vuelta a la compra por parte del lector que se precia, pero es una interrogante que no nos van a poner delante de las narices, quizás porque sea un tanto revolucionaria. También los grafitti son marca del tiempo que vivimos y se encuentran casas totalmente pintarrajeadas que nos llaman la atención.
Taerna
António Lobo Antunes: “O Livro do Desassossego aborrece-me até à norte”. “Pergunto-me se um homem que nunca fodeu pode ser bom escritor”. El deleite del odio no puede compararse al deleite de ser odiado. Despertar envidias es uno de los grandes placeres de la vida, según esta frase de Pessoa.