¡Alabado sea! Se acabaron las fiestas. Y es que solo son fiestas del Casco Vello para hacerlo menos bello de lo que es. Quieren meter dentro de la zona que menos promoción necesita porque su valor es intrínseco, como el de todas las zonas históricas de cualquier ciudad, y por ellos son visitadas por todo turista. Pero es que además del “efecto vacío” que supone para el resto de la ciudad con su perjuicio económico a los negocios que no están ubicados en la zona histórica (hay días que se puede colgar el letrero de “cerrado” por falta de clientes sin que afecte a nada más que al propio dueño que resiste por no ser heterodoxo en la forma de llevar su negocio) el afeamiento de las plazas y lugares donde se asientan palcos enormes (véase en la foto de la plaza Mayor uno que cubre toda la fachada del Concello que desaparece de la vista como por arte de magia) es tal que el mayor valor de la zona se convierte en insignificante y menospreciable valor, pues hasta mingitorios de plástico para que las pichas bravas incontenibles de cerveza salpiquen al que está al lado… pero “lícitamente”. Las fiestas son sólo música y a mayor ruido mejor, a pesar de que hay personas anónimas escondidas tras las ventanas de sus casas que sufren estos días de insomnios artificiales por culpa de esos watios que provocarán inexorablemente los malditos acúfenos futuros, que tal vez muchos ignoren que existen; ya los oirán, ya. Para la nueva Corporación elegida en base a su revolución de formas y hábitos tradicionales que no por ser antiguos dejan de ser malditos, sino más bien todo lo contrario, por repetidos son más malditos, se presenta un ocasión magnífica para regular y articular espacios reservados para la música donde la gente que gusta de ella acuda especialmente sin tener que molestar a los habitantes del lugar y tampoco a los paseantes. También poder cobrar una pequeña entrada para ver a tanto artista demodé no estaría nada mal y es que parece que la lógica de antes era más lógica que la de ahora, y estoy recordando cuando se hacían los conciertos de pago en el jardín del Posío, incluso en el Pabellón de Deportes de los Remedios, y los asaltos de baile gratis también en el mismo parque. Si quisieran hacer, además, pequeños acústicos en las calles y plazas de la ciudad, pues que lo hagan sin tanto escenario y más repartidos por distintas zonas de Ourense, ¿o es que en Cardenal Quevedo, por ejemplo, suena peor un trío de jazz que en la plaza del Hierro? Ya está bien de favorecer a una parte de los negocios de la ciudad en detrimento del resto, como si el resto no pagaran impuestos, amén de que esos acústicos no pueden retumbar con los altavoces como si fueran Pink Floyd.
¡Ah, y las fiestas no tienen que estar reñidas con la educación y el civismo! Porque ya está bien de que la sociedad actual esté acostumbrada a que recojan otros la mierda que dejan tras de su ocio. De las fiestas de Ourense queda la muestra de esta mentalidad en las botellas abandonadas en la fuente de la Plaza del Hierro, al igual que tras San Juan en las playas quedan toneladas de basura que los guay dejan tras la noche enfermiza de ¡felicidad por cojones!.
Solo contrarresta el párrafo anterior este que habla del balcón de una casa particular que nos deja la esperanza de que aún queda belleza, que hay futuro si despierta la sensibilidad.