Me enteré hoy por su ex mujer Patricia, que Ninguén se fue a Ningures, su lugar último y primero. Otro cercano cuyo cuerpo murió el 24 de mayo, aunque el dramaturgo oral y amigo lo hizo hace años cuando perdió la chencha entre el silencio y mil campos de batallas, una pérdida que lo llevó a otros parajes donde ya no llegábamos nadie. Muchas tardes pasamos juntos en el piso de elcercano en la calle Habana, cuando subía malamente las escaleras hasta el primer piso porque la falta de ascensor y su espalda maltrecha no dejaban espacio a siquiera un regular compasivo, y para contarme sus andanzas caballerescas. Realmente su vida fue una historia que bien pudiera haber sido teatralizada. Incluso lo hicimos en una ocasión, cuando el Xesteira se rehabilitó. Hicimos una representación donde los intervinientes únicos éramos él y yo. Intervinientes y casi público éramos el mismo pues si llegaron a media docena los asistentes fueron muchos, pero incluso mucho mejor así, así fue más puro el estar encima de aquel enorme escenario que bien pudo ser auditorio urbano de Ourense. Aquí traigo hoy para recordarlo una historieta de las muchas que me dictaba en aquellas tardes maravillosas de el cercano, en que yo trataba de recoger su teatro memorístico que nunca fue escrito; quedan estos retazos tomados según me los contaba y que guardaré como oro en paño, amén de este otro escrito a máquina por su hija y que me dedicó sentidamente dejándome un tesoro que guardaré conmigo hasta mi muerte.
EL PROFETA JEREMÍAS
Rucio sigue en la ínsula Barataria. Hoy es cabalgadura y secretario de un juez. El burro ha aprendido determinadas habilidades, como escribir con un pincel, al igual que Ramón Sampedro, a instancias del juez.
Rucio está muy preocupado porque no sabe nada de su compañero Rocinante desde hace más de quinientos años. Rocinante, que está vivo, emigró a Pastiña (Verdes Pastos) donde ya no es el caballo ético, esquelético, que no puede con su alma sino que poco a poco se fue transformando en un caballo de carreras que compite en el Derbi de la reina de Inglaterra y que ha ganado muchísimas carreras en Estados Unidos. Rocinante está al cuidado de tres veterinarias… Cuando el entrenador trae una veterinaria él da su conformidad moviendo la cabeza en un sentido u otro. Manifiesta a su amigo Rocín que algún día también le gustaría cabalgarlas como a una yegua. A ver qué salía de ahí, pues su semen es cotizadísimo.
Un día lo ve en la televisión del señor juez y lo reconoce en la carrera. ¡Ahí está, me cago en la leche que te parió, al fin he dado contigo!, exclama petando con los cascos delanteros en la mesa hasta hacerla astillas.
Cuando el señor juez instruye una causa, Rocín sube las escaleras del Ayuntamiento y convoca a los litigantes a rebuzno limpio. Éstos le deben contestar: “beeee…”; todo aquel que no bale no es admitido a juicio.
El buen Rucio, cuentan que tuvo un disgusto muy grande cuando sorprendido por el molinero tirándose a la burra. El molinero lo corrió a gorrazos, exclamando: “a esta sólo me la tiro yo”. Al llegar quebrantado a junto del juez, le pregunta éste la causa de su pesadumbre, y al contarle el sucedido, el señor juez multa al molinero.
Rucio habla con el señor juez para tratar de conectar con su compañero Rocinante, contándole todas las excelencias del caballo aunque callando un detalle, que una vez en Sierra Morena, siendo atropellados por un enorme rebaño de ovejas trashumantes que había confundido con un ejército, los pastores con pedradas la cogieron con los dos equinos; se retiran y sobreviene la noche, oyendo un ruido que los estremece proveniente de un bastón, Sancho se cagó por los pantalones y Rocinante le dijo: “tu jefe se cagó por ti”. Le insiste Rucio al juez para que a través del embajador de la ínsula Barataria de los Estados Unidos averigüe donde localizarlo.
El embajador le facilita al cabo de un tiempo el número de teléfono de Rocinante. Con la noticia del número de teléfono el señor juez obsequia a Rucio con el último modelo, recibido de Estados Unidos, del Motorola 3G con visión directa.
Rucio llama a Rocinante y sus primeras palabras salen a borbotones y entre rebuzno y rebuzno: “cabrón, donde te has metido en estos quinientos años largos”.
Y comienza ahí el reencuentro equino.