La foto está sacada viendo la televisión en mi casa. Televisión que veo prácticamente solo en hora de telediarios, y hora de descanso al mismo tiempo; desde luego no es que sea el telediario el mejor programa para el más feliz descanso, las noticias retratan un tiempo que no es para echar cohetes de alegría, pero sí resulta la coincidencia de horario para el autónomo que vuelve al tajo después de la comida del mediodía la razón de que inevitablemente los párpados pidan un pequeño tiempo para bajarse del juego diario de la vida. Pues bien, entre ese párpado que cae y se levanta como si jugase un niño con el mecanismo de una persiana, veía yo las noticias cuando sale en la desconexión de televisión española para Galicia la imagen de estos músicos ourensanos que son los hermanos Castro, porque fueron noticia al fundar un nuevo grupo folk que han llamado Tor. Los hermanos son dos tipos interesantes pero a mí, la verdad, lo que me espabiló fue reconocer de inmediato el entorno donde estaban hablando a la cámara, y más que por recordar la entrevista que había visto grabar, por la librería preciosa que nos diseñó Pedro Diéguez ad hoc para el cercano, vicio esteta que no soy capaz de quitármelo de encima pero que atrapa el gusto también de muchas otras personas que nos visitan, sobre todo ocasionalmente.
La reflexión que me surgió a continuación es la siguiente; tal como me pidió elcercano Domingo Bobillo para hacer esta entrevista, lo que por otra parte casi agradezco por lo que tiene de reconocimiento al buen marco que hemos conseguido, han sido multitud de personas las que por diferentes motivos han pedido el espacio o lugar de elcercano para desarrollar alguna cosa que no podían hacer desde su casa: por ejemplo, presentación de libros o reuniones especiales, rueda de prensa, exponer su arte o tocar su música, etc.; muchos manifiestan las bonanzas del lugar y el espíritu que lo posee, ese de la relativa libertad que solo puede dar la independencia, sobre todo cuando hablas de comunicación y cultura, pero pocos son coherentes con esas lindezas que nos lanzan. Porque después de la ocasión puntual ni se acercan, cual si fueras el antibiótico gratuito que la seguridad social te dispensa cuando estás mal aunque no hayas hecho nada para merecerlo, incluso no cuidándote. Hay un sentimiento generalizado de ser merecedores de cualquier derecho sin ninguna obligación que la realidad impondrá en su momento la falacia de tal sensación. La falta de coherencia entre lo que se manifiesta y la respectiva actuación es algo que nadie combate abiertamente, y aquí también hay que incluir a una clase intelectual con falta de compromiso en anteponer los argumentos de la razón y el pensamiento más profundo a los más banales intereses a los que los arrostran políticos y comunicadores sociales, amén de una industria de libros orientados desde una psicología positiva de pacotilla y tentetieso. Estar peleando desde una trinchera que intenta sostener algún valor moral frente a lo contrario e imperante es duro y solitario, porque comprometerse exige abrigarse solo con uno mismo, de piel propia que a veces no es suficiente, sobre todo cuando hiela el ambiente.