El viernes organizaron en mi ciudad de Ourense una nueva noche de tiendas (le llaman “Shopping nigth” porque somos muy modernos e internacionales, ¡manda carallo!). No me extrañó al salir de elcercano que no hubiésemos tenido a ni dios en la última hora antes del cierre, y anteriormente muy pocas personas tomándose algo en el local de Cardenal Quevedo, 20, y es que toda la gente estaba en la famosa noche de tiendas. Dicen que 30.000 anduvieron por las calles ourensanas comprando por tan sugestiva noche del comercio, y los 30.000 en las mismas calles de siempre, que es para quienes viven las políticas de comercio y así nos luce el pelo. Pero voy a contar sin falta ni un pelo a la verdad como vi yo esa noche. Salí a las diez y media de elcercano con la idea de ir a un concierto en la calle de Santa Eufemia que organizaba el Concello, siempre organizan los eventos por ahí, o sea, en las calles y lugares que ya de por sí tienen el ambiente propio de ocio por ser peatonales y turísticas; pero tenía que llevar un sobre al buzón de Correos enfrente del Parque, por lo que en lugar de tomar por la calle Santo Domingo lo hice por debajo del citado parque; al pasar por la esquina de la Habana con Cardenal Quevedo dos bafles con un tipo pinchando ruido a tope sin consideración a la hora ni al único público invisible que podría esperar y que debía estar ya en la cama, pero les da igual, la noche es una fiesta y que se enteren los que no quieren disfrutar de ella, porque la vida es guay, horteras, que sois unos horteras; sigo caminando y una pelea en el parque, donde se reúnen habitualmente unos marginales, con cuchillo en la mano por parte de una muchacha de la trifulca, con gritos que nos alertaron a todos los viandantes menos a los policías que tenían el coche allí aparcado pero a ellos ni se les intuía; resultaba tan dantesco el panorama de esa violencia esquinada conviviendo a pocos metros con el desfile de la marabunta que se iniciaba en la calle del Paseo que solo podía pensar en que esta sociedad está esquizofrénica total; mientras me detuve esperando a ver a la policía cerca para avisarla de la grave alteración del orden, ¿Qué orden?, pasaban no menos de una veintena de bisoños candidatos a la melopea nocturna del botellón tirando de litronas con la euforia desatada porque se les veía venir de esa fiesta anual que desvirga actualmente a la vida adulta a los jóvenes en los colegios que organizan las fiestas donde ellas lucen faldas cortas y ellos, bastantes corbatas. Con el panorama incipiente que había tenido ocasión de advertir en un tramo de un par de cientos de metros y menos de diez minutos me volví hacia casa y que fuese a escuchar el conciertos algunos miles de esos que bailan las calles sin ton ni son, sino porque les tocan las campanas los ton y tos.
Menos mal que hoy paseé por un lugar donde prácticamente solo había naturaleza, una persona y dos perros, la contra multitud de la noche anterior.