Luis Carballo
Ayer murió Luis Carballo. La próxima vez que vaya a Panxón lo recordaré especialmente puesto que casi siempre lo veía paseando cerca de su blanca casa del Paseo marítimo. Siempre de blanco, desde la punta de los pies hasta el jersey colgado de la espalda, crítico social con sorna y sarcasmo a boca llena cuando nos parábamos unos minutos a charlar sobre el mundo y la vida. Desde que Julia se fue, su esposa 24 horas, la tristeza hizo mueca en su rostro, y la frágil salud que arrastraba se hizo bola de reo cada vez más pesada. No se cortaba al definir la vejez y la muerte en primera persona y sonreía a ambas con aceptación e ironía, casi burlándose de este etapa y quizás por no llorar de pena. Con Luis y Adolfo hice un trío que enorgullecía al periódico local de la época porque medios informativos madrileños estaban prodigando un producto tan orensano. Publicista, diseñador y modelo, ourensanos que conquistaban un campo hasta entonces ignorado por estas tierras. Ahora Luis se fue y Adolfo ha dejado las riendas de la moda en manos de su hija Adriana fundamentalmente. Yo abandoné la moda hace tiempo por asunto de principios y ahora la arruga no perdona.
La prensa y el poder
Para un periodista, aunque no ejerza, que haya estudiado en su día la carrera porque el cuarto poder lo seducía, esto de ahora es una coña marinera, o como si la cenicienta de la que se había enamorado no fuera sino una auténtica bruja que la suplantaba. Y es que no se puede ser tan poco imparcial y objetiva como es nuestra prensa actual con la política. Siempre al servicio del que paga, y paga precisamente con dinero público. Tan burdamente que hay que rezar mil misterios de penitencia para el perdón por no denunciar esta forma de gobernar. Día sí, día no, a toda página, o doble, siempre con diversas notas de interior, siempre la misma tendencia a favor del jefe provincial del Movimiento, donde no importa lo que haga mal o todo lo que no hace bien siempre se le halaga, alaba, loa y adora el periodista de turno que come, al parecer, por el plato de sopa que le da el servicio de compras de la Administración consiguiente. Es la política del medievo vestida de modernidad, con unos peones complementarios que por su existencia ineficaz son como aditamentos necesarios para hacer creíble una democrática manera de ejercer el poder. No me extraña leer al insobornable escritor Miguel Torga: “Metem medo, estes nossos políticos. Dá-se-lhes a confianza e o voto na melhor boa fé, e quando esperamos deles uma palabra de clarividencia, fruto de um pensamento amadurecido no conhecimento das realidades pátrias, roem-nos a corda. Sobem a uma tribuna e deixam-nos boquiabertos com os repentismos de uma demagogia desmiolada. Em vez de serem os enviados redentores em que acreditámos, parecem pragas de Deus.”