Que se lee poco es algo tan constatado que no hace falta extenderse en ello para afirmarlo. Que las librerías cierran, también está claro por las noticias sobre las persianas que se bajan definitivamente en este gremio. Explicaciones de ello sobran, y no solo la obvia que decíamos al principio de esta entrada, sino el trabajo burocrático que conlleva esta actividad con escaso margen para rentabilizarla. Por si no era poco el problema llegó el año y las distribuidoras cambiando de editora obligan a un trabajo extraordinario a los libreros que tienen que devolver títulos y título que llenan cajas enteras para, posteriormente, apenas dentro de unos días, volverlos a recibir de manos de distinta distribuidora. Controlar pedidos, anularlos, grabarlos nuevamente, facturar y un sinfín de gestiones añadidas a vender, ¿vender qué?, sí, libros para leer fuera de la temporada navideña donde es un recurso más para el regalo de compromiso que la fecha obliga.
Las librerías tienen su mérito para competir también con internet y la distribución de los monstruos como Amazón, donde el libro no espera más de un día a ser recibido por el lector al mismo precio sin tener que salir de casa. Pero pisarlas forma parte de la vida como se pisa una catedral que también puede ser vista a través de imágenes grabadas por las mejores cámaras audiovisuales del mundo, pero que no es lo mismo. El tiempo que uno pasa en la librería es tiempo de degustación como buen cocido que entra por la garganta y no los ojos, un tiempo de rito laico que trasciende en el renglón cogido a vuela pluma en el abaniqueo que hacemos con los libros puestos en los mostradores para ser cogidos, acariciados, olidos y leídos en parte a gusto de cada uno.
Pues bien, también para degustar en el mostrador de la Librería Tanco están tres productos últimos de elcercano, de inmensos sabores, cada uno distinto, y que al verlos juntos nos hacen exclamar una especie de admiración por haber conseguido producir lo que está a la vista. Bendito cercano literario. Y a seguir