La imagen está compuesta por cuatro locales de la Avenida de la Habana, una calle céntrica, en un tramo no superior a cien metros, que están cerrados. La imagen sucia, pobre, denigra una ciudad que en su caminar ve cada día más locales así por toda la urbe. Dicen que 440 autónomos cerraron la puerta este año pasado. Y los que te rondaré, morena. Porque no se ve luchar de ninguna manera para que esta imagen cambie. Lucha o pelea que deberían dar los partidos políticos que han nacido para dar solución a los problemas de la sociedad de la que surgen. Pero no, ellos siguen viviendo su papel de representantes del poder para chupar una buena pasta y sólo aparentar que les preocupa algo la sociedad para así perpetuar el sistema. Acabamos de conocer el dato más deleznable de los últimos presupuestos que presentó el presidente de gobierno para seguir en Moncloa, el de doblar las subvenciones a los partidos políticos pasando de 64 a 120 millones de euros (mas o menos, porque los céntimos que se los queden ellos). O sea, que a los autónomos le suben las cuotas, la luz y el diesel, la obligaciones tributarias, laborales y lo que les venga en gana, y ellos, los que no crean un puesto de trabajo ni lo pretenden, ellos que se enrolan en la secta y no se bajan de ella ni con las pruebas de que se han convertido en un mal, ellos tienen premio y no pequeño, sino el doble de ingresos para poder seguir engañándonos en sus campañas electorales y demás. Pues que ocupen ellos también estos locales, que, además, tendrán más cada día que pase sin atacar la raíz del problema. Y los arrendadores que sigan pensando que los tiempos felices siguen siendo, que se los van a comer con patatas fritas.
Pero, ¿que hacer para detener esta tendencia? Hombre, si tuviera la respuesta sería alcalde por lo menos (bueno, tampoco es que sea tan meritorio ser alcalde hoy en día), pero sí tengo claro que las calles deben convertirse no en carreteras de paso para los coches sino en territorio para peatones. Humanizar unas calles que lo necesitan más que comer un pobre, con arboledas y bancos donde sentarse las personas más ancianas o incapacitadas, o pasear y pararse a hablar cualquier vecino que ahora solo se cruza con el prójimo un adiós o hasta luego, pues ni pararse es cómodo por el ruido y la contaminación de las calzadas pertinentes. Por supuesto, también pensar que no hay que proteger solo un centro de ciudad sino crear distintos centros que implique que la gente de barrio pueda degustar donde vive y no convertirlo solo en su barrio dormitorio. Habría que cambiar los políticos y nombrar aquellos que no buscan su negocio sino el bien común del resto. Pero eso es como pedirle piar a un cerdo o que llueva café en el campo, solo puede ser canción y no la realidad que muestra nuestra ciudad y que no promete nada bueno. La Ourensanía de las cabezas rapadas o calvas haylas que cambiar por cabezas bien amuebladas y con corazones que quieran sinceramente al semejante hasta perseguir que vivan lo más posible como ellos, los favorecidos o subvencionados partidos.