Da la impresión que se creen lo que el dibujante de EL ESPAÑOL ha dejado en la viñeta, pareja de cine, casi Pedro Redford y Begoña Streep, y es que confunden sus cuerpos jóvenes y hermosos con lo que llevan dentro, menos atractivo de lo que pensábamos algunos a raíz de sus gestos que pocos, como ellos, o sea, políticos, critican como merecieran, porque a sí se cubren sus propias espaldas por si hacen lo mismo algún día cuando lleguen. Y es esto de la política es la releche, se predica lo que después no es que se haga distinto sino contrario absolutamente. Lo de pensar en los menos beneficiados de la vida, los que las pasan canutas para ganarse el pan de cada día, en los que curran horas y horas para poder sacar adelante a la familia, etc., y sobre todo para loar a los desheredados del sistema con los que dicen empatizar hasta decir basta, todo eso parece formar parte del que oposita al cargo; en cuánto lo consigue, ahí que se olvida y pronto pasa a ser uno más de esa casta donde privilegios para ellos, todos, dinero y poder todo lo que puedan y a los demás que les den, que para eso ellos son más guapos y listos, y se lo merecen.
La caradura que le echan es algo que indigna a cualquier persona honrada que no se deje alienar con una enfermiza militancia que le hace mirar hacia otro lado e incluso creer en algún tipo de derecho celestial del que abusa de su poder. Pero el caso de Begoña Gómez, la esposa del presidente del Gobierno, fichada por el antes conocido como Instituto de Empresa para dirigir un nuevo centro con 5000€/mes (que se sepa), es único en el grupo de esos siete países (EEUU, Canadá, Francia, Italia, Alemania, Reino Unido y Japón), considerados los de más peso por su poderío económico y militar, y en el que España quiso ingresar hace años. Las demás cónyuges, todas mujeres, no trabajan en el sector privado. Ninguno de ellos ha sido promocionado o ha cambiado de trabajo mientras su pareja ocupaba la más alta responsabilidad política en su país. No importa, Begoña y Pedro, los Memorias de África son distintos, más bellos, guapos, altos y creídos, y nada puede compararse a ellos.
¡Que pena, Dios!