Hoy se cumplen treinta años del fallecimiento de este ponte-ourensano u ouren-pontevedrés que fue Manuel Conde Corbal; cuando, en tiempos, tenían que enfrentarse al fútbol el Ourense y Pontevedra, él viajaba en su coche a ver los partidos con dos pancartas, una en el capó y otra en el maletero, la una con ¡Hala Pontevedra!, la otra con ¡Aúpa Ourense!, así nunca fue del todo de un lugar o de otro, o sí fue de ambos . Recuerdo el día como si hubiera ayer mismo. Las nueve de la mañana de un domingo y una pregunta que le hacía su mujer acerca del día de qué se trataba, 22 de mayo, y la respuesta certera con el dicho de Santa Rita. Unos minutos más tarde la pregunta se la hacía yo mismo ¿te afeito, papá?; sí, claro. La toalla sobre el pecho y antes de extender la espuma sobre su cara dos estertores inmediatos anunciaron su despedida de este puñetero mundo que él tanto amaba. Tengo escrito sobre el tiempo de su enfermedad, un cáncer que en sus últimos cinco meses rompía los huesos por culpa de sus metástasis, cerca de cuarenta páginas hechas al cabo de un año para que algún día me recordara fehacientemente su ejemplo, sobre todo para el caso de que a mi espere un proceso similar. ‘Serenidad’ nos pedía ante su inminente muerte, sin miedo alguno pero con pena por dejar sobre todo a su familia. El resto le importaba ya un bledo. Desde luego fue un gran tipo, le llamaban el Dr. Caballero por sus innegables dotes de cortesía, nobleza y distinción, pero socialmente fue la persona más solidaria y amiga de hacer favores que he conocido nunca. Es verdad. Se hinchó a recomendar pacientes a sus amigos eminentes de la medicina en otros lares, sin ningún tipo de interés o aprovechamiento de la situación; el caso de una amiga es paradigmático, pues no solo la recomendó personalmente para ser intervenida de un tumor en la cabeza por el mejor neurocirujano español de la época sino que se presentó el día de la operación en el hospital madrileño donde iba a ser operada para acompañarla previamente y asistir a su intervención; como un ángel. Por supuesto, tenía carácter, no se andaba con coñas cuando se trataba de defender principios, algo que él tenía y en mucha estima. Ahí no le importaba tirarle por el hueco de las escaleras la máquina de escribir en tiempos de la dictadura a un guardia civil de atestados porque quería importunar a un ingresado grave, o presentarse el primero en el auxilio de cualquier accidente como fue el caso del accidente de la presa de Ribadelago que arrasó con un pueblo. Los expedientes en la seguridad social le caían desde tiempos de Franco hasta el gobierno socialista porque siempre anteponía a las órdenes políticas sanitarias el bienestar del enfermo y como Jefe de Servicio de Trauma en Ourense vaya que se oponía. Nunca pudieron pasar de incoárselos pues nunca tuvieron otra consistencia que querer doblegar su honesto comportamiento médico. Mi padre fue un tío cojonudo, que se vio engañado muchas veces por falsos amigos que sabían de su entrega a este valor. Pero importándole mucho, sufriendo incluso por ello, jamás ceso en echar una mano al que se la pedía y hacer el quijote para preservar derechos de otros. Claro que tenía defectos, como todo dios, pero son tan insignificantes respecto a lo bueno que ni me acuerdo. Sí me acuerdo de él continuamente, y han pasado treinta años, toda una guerra del diecisiete que aupó a los borbones, pero como si fuera ayer. Solo tenía 62 tacos cuando se fue, los mismos los tengo yo hoy, y ya me gustaría saber de su tinta todo lo que calló y que pensaba decir si hubiera tenido jubilación, porque calló mucho por no tener tiempo a decir no porque le faltara valentía al respecto. Amigo de artistas, médicos, escritores, deportistas, sin distingo entre clases poderosas o humildes, hijo de una pudiente dama pontevedresa hija del cacique Benito Corbal y de un emigrante ourensano a Cuba que hizo fortuna y que un cáncer de estómago se la llevó con él y su administrador. Hermano de Peperrete, metido en líos de pandillas infantiles que acudía a su hermano pequeño Manolete para que tirara piedras en su defensa. Casado con Elisa, toda una vida desde los diecisiete hasta los sesenta y dos echen cuentas, con cinco hijos que sumando talentos no llegan entre todos al suyo único. En fin, que podría seguir escribiendo si no fuera porque dentro de un par de horas llega a elcercano Juan de la Sota a conferenciar sobre su padre e insigne arquitecto español, de Pontevedra también, Alejandro de la Sota con quien, por cierto, también tuvo amistad mi padre; incluso le hizo el proyecto arquitectónico, no aprobado por el Ayuntamiento de Ourense, para construir su sanatorio privado (las cosas de mi pueblo).
- Sección: Noticias
- Publicado el 22 mayo 2018
- Por Moncho
Hace ya treinta años
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