Un día de la semana pasada hemos hecho un experimento en elcercano consistente en ocupar una plaza de la ORA con un cortacésped eléctrico (así también reivindicábamos de paso la utilización de estas maquinas eléctricas sobre ruedas), por supuesto pagando el ticket correspondiente de este negocio con concesión vencida pero que sigue siendo negocio para la misma concesionaria, y un par de mesas para observar la reacción de alguna gente que pasaba delante de ella. Pues bien, allí que se plantaron rápidamente los vigilantes de la ORA, que ahora esgrimen su autoridad con una cámara fotográfica que disparan cual pistola para intimidar, para advertir que el espacio ocupado por el cortacésped y las dos mesas era espacio reservado para los coches. Pagar el ticket correspondiente no fue suficiente, porque, decían, además había conductores que ya se habían quejado por esta ocupación (‘la calle es mía’; de mi, que soy automóvil). Pues mire usted que bien, los mismos conductores quejicas con nosotros seguro que pasan por el Parque, Paseo o Vinos, sin sitio libre debido a la ocupación de sillas y mesas anárquicamente, seguro que ahí no se quejan; es más, seguramente alguno se quejará por no poder dejar su coche aparcado a cien metros del Parque y por ello no poder tomarse el cafecito terracero.
Así están las cosas en este mi querido pueblo mientras muchas ciudades europeas están cerrando al tráfico el centro de sus núcleos urbanos y tanteando progresivamente su extensión. Unas debido a la contaminación pero otras como Oslo porque simplemente quiere recuperar el terreno perdido para las personas. Sin duda los centros urbanos llevan cediendo gran parte de su espacio al tráfico. La necesidad de digerir el imparable aumento de tráfico rodado ha supeditado los planes urbanísticos de las ciudades en las que los automóviles eran los absolutos protagonistas y los peatones, ciclistas o usuarios de movilidad alternativa, poco menos que meros obstáculos.
Oslo es el ejemplo de Europa, una ciudad para peatones libres de la tiranía del tráfico, y la primera medida que ha tomado a través de seis zonas de prueba es la supresión de 300 plazas de aparcamiento en 2017 con las que disuadir a la gente de utilizar el coche, cifra que este año se incrementará a 700 plazas dentro del núcleo urbano y que permitirán la ampliación de las aceras y el incremento de mobiliario urbano (bancos para sentarse) y vegetación, además de carriles para bicicletas y las terrazas de los establecimientos de hostelería.
O sea, igualito, igualito que el caótico Ourense, donde sí crearon una comisión (esto les encanta a los políticos para excusar su inoperancia) que no ha propuesto todavía nada concreto, y donde las terrazas con nefasta regulación campan a sus anchas y legitimadas por los máximos responsables. En fin, volveremos sobre nuestros experimentos, pero el siguiente preparado de otra manera y anunciado previamente para que pueda participar en el mismo aquel que quiera, sobre todo si su querer pasa por ordenar convenientemente este tema.