Ciertamente resulta aburrido predicar en el desierto; a no ser que seas un Cristo, o héroe, te vence el hastío de que ahí, al otro lado de la puerta, estén agazapados siempre los mismos, aún cuando con distintos apellidos, para atrapar tu sueño, darle la vuelta y convertirlo en la peor prosa de un verso suelto.
Siento cierto pudor en manifestarme así por ‘aquello’ que hizo huella en la forma de conducirme por la vida debido a una educación severa de ‘antes humilde que vivo’; pero la rabia de ver pasar ciertas ideas convertidas en un juego cuya finalidad es perpetuar la especie política, que vive precisamente de la no creatividad, léanse instituciones públicas con presupuestos públicos donde el ingreso es dado por políticas exangües de espíritu pero continuamente sangrantes de pasta para hacer cosas; la indignación del pesebrismo empresarial para figurar en esos actos que persiguen únicamente’ la publicidad y propaganda de sus productos o servicios mediante la alianza con esas instituciones públicas, que curiosamente compiten deslealmente con otras empresas privadas, como ellos, es algo que supera cualquier lección de modestia que conlleve el silencio, la no protesta y no manifestación.
Estoy aburrido, por no decir molesto, con esta aleación ligera de la alianza entre una institución pública y un organismo semipúblico que organizan jornadas de música, arte y vino, para vender el líquido envuelto en papel regalo de prensa, y a un público que no necesita informarse demasiado al ser ya de casa.
Aquí, en este Ourense querido del alma perdida, los prebostes culturales son los políticos, ¡manda carallo!, estos que mayormente no saben hacer la ‘o’ con un canuto pero que se suben al carro como si esas ‘o’ fueran ruedas de lamborgini que los llevan hacia una vida cómoda y confortable, donde, eso sí, la verdad la han tirado por la ventanilla en cualquier cuneta. Decía en una entrevista reciente el pota José María Alvarez, que no habrá renacimiento cultural hasta que desaparezca el dinero público en el arte, la literatura y la música; pues bien, seguimos enterrando cada día más ese deseable’ renacimiento’ en el cementerio del oportunismo con los chiringuitos culturales públicos que fagocitan cualquier idea nacida de la imaginación privada y enfocada al cambio de marcha.
Y ver a antiguos animadores y compañeros de viaje de nuestra alternativa manera de hacer convertidos en socios cómplices de este modo de entender la creación artística y cultural, pues es lo que más aburre, porque además de amigos son buenas personas, pero débiles de carácter para no dejarse doblar por el canto de la Diputación sirena y el Centro Cultural Valcárcel.
Siempre pagando el espectáculo con dinero público, en espacios públicos mantenidos con presupuesto público, y siempre haciendo la más mezquina competencia al currante privado que se bate en solitario. A unos y otros ¡qué aburridos sois!