Al menos es lo que parece ver en la foto de Ciudadanos de Ourense a Ignacio Martín-Amaro. Y es que acaba de afiliarse como ‘Ciudadano’ después de toda una vida como ‘Popular’ como significado militante y con puesto en plaza en diversas ocasiones. Hasta llegó a ser senador por este partido en España, nada menos, aunque ahora debía conformarse con ser edil en Parada do Sil. Pero, bueno, ya sabemos como es esto de ponerse a las órdenes de alguien que manda. No sabemos muy bien en elcercano cual fue el desencuentro de este hombre que ocupó caros orgánicos en el pepé de Baltar con el hombre americano de la política ourensana, pero haberlos tuvo que haber porque si no Ignacio no cambia el caballo ni a la de tres, con lo que le gusta a él dirigir algo. Si hasta dirige la Asociación de Vecinos centro cuya sede, que paga el Concello, permanece cerrada continuamente, pues llevo pasando por el pasillo de la galería donde se ubica todas las semanas desde hace un año en que hago ‘La ventana más cercana’ en la SER.
Y con la afiliación llegó el nombramiento como miembro de la Junta Directiva de Ciudadanos Ourense. Así, sin más y sin menos, sin esperar siquiera un tiempo de decoro ante la vista de los conciudadanos. Les importa un carajo. Aquí la política está tan denigrada que puede pasar de todo, que el que dijo digo dice Diego al minuto y se pasa de bando como cualquier futbolista que ama un escudo hoy y ficha mañana por el máximo rival sin importarle un carajo. La diferencia está en que uno da patadas a un balón y no tiene que dar soluciones a una sociedad maltrecha, mientras que el político le da patadas a la lógica y en lugar de buscar esas soluciones para la mejor convivencia y futuro de la sociedad lo que quiere es ser tan famoso y vivir como el futbolista aunque dando patadas a la decencia.
En fin, a Ignacio persona le deseo lo mejor porque a pesar de cabreos sufridos le tengo afecto pero al Ignacio político le deseo un final inmediato por el bien de todos. No se puede no tener ningún principio cuando se quiere representar a los demás. Al menos, el principio de la mínima vergüenza.