Sus ojos miran fijamente; tiene la boca abierta y las alas extendidas. Así se imaginaba uno el ángel de la historia. Su rostro mira hacia el pasado. Allí donde ante nosotros se despliega una cadena de datos, él ve una única catástrofe que acumula sin cesar una ruina tras otra y las va arrojando a sus pies. Le gustaría detenerse, despertar a los muertos y volver a componer lo destrozado. Pero desde el Paraíso sopla una tempestad que se enreda en sus alas, y es tan violenta que el ángel ya no puede cerrarlas. Esa tempestad lo empuja irremisiblemente hacia el futuro, al que él vuelve la espalda mientras, ante él, el cúmulo de ruinas va alzándose hasta el cielo. Y a esa tempestad le llamamos progreso.
El Ángel de Klee, por Walter Benjamin
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