Ayer me coincidió estar en Pontevedra por asuntos familiares. Siempre me gusta estar en esta ciudad que disfruté desde niño por ser la de mi padre y vivir en ella la abuela Trini. Veraneamos repetidamente en ella durante bastantes años y aún me queda la costumbre de ir a la playa de Areas cuando vuelva a ella. Pero ahora y a diferencia de aquel entonces lo que me tira más de andar por Pontevedra es callejear cómodamente por sus plazas y calles más antiguas y tomarme algo en alguno de sus bares o restaurantes; e insisto en lo de cómodamente en el sentido de sin ruidos ni esperas, empujones o estrecheces propias de coincidir en este gusto con muchos. Pues bien, si no quieres una taza toma cien, y ahí que ayer, cuando me la prometía muy feliz para tomarme un vino con Paloma por esa misma zona, nos topamos conque hay en Pontevedra una Feira Franca Medieval que te quita el hipo de ver tanta gente echada a la calle. Son diez ediciones pero podían ser más de quinientas, así tantas como años que nos dista de la propia edad media, porque casi no disponíamos de un metro cuadrado libre para uno mismo. Por supuesto, olor de asado a la leña, bebidas envueltas en bolsas de supermercado con alcoholes diversos en los jardines tomados por rosas que no son flores, disfraces a gogó, etc., con Lores a la cabeza. Todo un éxito para el alcalde de la idea, y para todo el gentío que la secunda. Pero yo, como soy un bicho raro, y lo reconozco, me he sentido horrorizado de que esto es un no parar, de fiesta en fiesta y tiro porque me toca a pesar de que la fiesta no esta para bollos. Pero claro, quizás no está para los bollos más necesitados, entre ellos las personas más mayores en que la atención dejar vacíos como es la ayuda en domicilio de fin de semana, que no existe; o de los parados ‘responsables’ que además caen en depresión por ese sentimiento de culpa que se inocula con la falta de trabajo y dinero necesario para que no te estigmatice el resto que desea ir de fiesta en fiesta. En fin, menos mal que El Pitillo nos dio rápido de cenar y el helado lo tomamos caminando ya de regreso a casa, porque un poco más y me hubiese asfixiado tanta alegría dirigida. ¡Qué raro soy, carallo!
Fiesta
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