Mi patria es mi biblioteca.
Christian Sanz
No tengo la menor duda de que los libros son seres vivos.
Se mueven en la noche, como gatos en la oscuridad, con el mayor sigilo. Y en la mañana, cuando los buscamos, están colocados en otro lugar de las estanterías o se ocultan a nuestra solicitud durante horas e incluso durante días. Luego aparecen en el lugar menos pensado.
A veces no se comportan como animales movientes sino como espíritus que nos reclaman la compañía de sus parientes y deudos. Y así no solicitan a sus padres, a sus hermanos y a sus primos, o sea a los títulos emparentados con ellos e incluso a los que los unen con un hilo minúsculo y casi invisible por razones históricas, secuenciales o bien, pudiera ser, de antinomia discursiva o sea de enemistad.
Hay en su modo de ser, se diría en su etología también, un ramalazo de vegetal. A veces, sin llegada de primavera alguna, florecen en nosotros. Echan ramas y hojas y florilegios dentro de nuestro cerebro. Y escribimos de sus formas, colores, encadenamientos y semillas. Y a eso le llamamos ensayo.
Aparte de esta reproducción vegetativa existe en ellos una reproducción animal nocturna, de tipo felino. Si dejamos al anochecer un libro en un anaquel, no es raro que, a la mañana siguiente, aparezcan a su lado varios descendientes que desconocíamos y que vienen a completar (no a saciar) nuestra infinita sed de bibliómanos.
Hemos de concluir que los libros cambian y se reescriben con el tiempo. Se hacen nueva versión. Los libros son cada vez nuevos al releerlos después por una segunda o tercera vez. Todos los libros son crepusculares y trasnochadores, igual que las curuxas de Acevedo. Se vuelven a escribir solos por la noche. Nos parecen distintos porque quizás nosotros somos distintos. Pasamos como Heráclito y su río. Esto le da una pasión nueva a cada lectura de esos cien libros con los que nos hemos quedado. ¿O son sólo diez?.
Asimismo con cada libro celebramos una historia de amor y de odio, porque son como drogas o amantes. Hay libros imposibles de tratar y otros releídos con amor. Algunos nos hieren, otros nos atragantan; estos nos ponen tristes, aquellos nos consuelan. Los menos se quedan y nos acompañan siempre; los más los olvidamos. Y muchos se mueren de óxido en los desvanes y en las telarañas de los estantes y en los rimeros de la memoria.
V.R. Gracia (Orense, Abril de 2022)