¿ESTÁ USTED SEGURO DE QUE EXISTE? ¿Ud. es real? Si tiene dudas no se preocupe. No está enfermo, solo está viendo lo que se llama realidad. Y es que entre la letrina de la política, las competiciones entre niños y adultos para ver quien gana el concurso de cocineros mientras lloran los perdedores, en un país en el que hay bancos de alimentos, entre los profundos pensamientos de los futbolistas, los cotilleos de los programas de las celebrities y los análisis de todo esto que unos periodistas hacen por obligación y otros recreándose en todo lo que es indecente y cutre, Ud. no encuentra su lugar. Ni lo encuentra ni le dejarían entrar ahí, porque Ud. solo es lo que es, sin comentarios.
Hay dos potentes fuerzas que le sitúan a Ud. fuera de esa realidad: la frivolidad y el cambalache, dos lujos que no están al alcance de cualquiera, porque son privilegio de minorías gobernantes. Las dos se parecen mucho porque ocultan la verdad con el engaño y hacen que las cosas parezcan lo que no son, sin parar de hablar y negando cada vez lo que se dijo la vez anterior, llamando mentiroso al otro mientras uno miente, y justificando todo lo que uno hace en nombre de su derecho a ser libre.
La frivolidad es la madre del pensamiento y el lenguaje de parte de nuestros políticos. Parece que un político puede decir lo que le parezca sin saber de qué está hablando ni medir las consecuencias de lo que dice, pues si fuese responsable de sus afirmaciones eso menoscabaría su libertad de expresión. Por eso puede cambiar hoy lo que dijo ayer y decir otra cosa mañana. Nadie se lo va a echar en cara, y los militantes de su partido repetirán sin cesar eso, mediante lo que antes se llamaban consignas y ahora “argumentario” o “narrativa”. Además los periodistas especializados volverán a repetirlo, no para saber exactamente qué es lo que está diciendo ese “líder”, sino solo la razón por la que lo dice, qué intereses defiende y qué tendencias políticas esconde detrás de su consigna.
Los políticos ya no se pueden definir por unas ideologías que no tienen, ni por la coherencia de las soluciones que proponen para resolver los problemas reales de la gente, porque sus propuestas o bien son palabras vacías, o fórmulas técnicas, muchas veces ininteligibles, elaboradas por los técnicos de la eurozona, la banca y los grandes poderes económicos y militares, que todos critican con la boca pequeña pero que tragan con fruición. Y es que, claro, lo importante no son los problemas y sus soluciones, porque de ser así la política quedaría o bien reducida a retocar lo que hay, o acabaría por darse de bruces con todo el sistema económico, político y militar proponiendo lo imposible, única manera a veces de conseguir un poco de algo.
Ahora lo importante son las tendencias y grupos de personas que se crean de la nada y se disuelven de nuevo, partidos o agrupaciones que no tienen ningún discurso nuevo. Y no lo tienen porque si lo tuviesen entonces no serían espontáneos. Y esa espontaneidad es la base de su libertad. La libertad de formar un grupo para que unos pocos se proclamen líderes y permitan a los demás miembros elegir a uno de ellos como ganador, igual que en otros concursos. Elegir un líder entre varios es la clave de una autenticidad que no puede explicar de dónde salen esos líderes indiscutibles a elegir. De la misma manera, una vez constituidas las tendencias, que solo se definen por las personas que las componen, se ofrece al público y la militancia que puedan contestar preguntas por la red, para que así se recoja la opinión de la mayoría.
Una mayoría que no puede hacer lo que es más importante, preguntar por qué, y que solo puede decir si o no en unos supuestos referéndums eternos en que los se puede autorizar a un líder a que pacte un pacto, aceptar lo que propone otro con el chantaje de que si no se hace lo que él dice se va, arrastrando consigo esa falta de ideas que es la consecuencia lógica de poder decir con plena libertad lo que a uno le parece. Y es que claro, decir solo la verdad limita mucho nuestra capacidad de hablar.
La frivolidad como sistema consigue convertir la política en un juego banal en el que no puede haber principios y en el que nadie pueda apelar a la maestría de su oficio, sea el que sea, porque eso solo ocurre en el mundo real, en el que vender pescado es un oficio muy digno que solo puede ejercer quien sabe, y no quien opina sobre la calidad de las merluzas sin haberlas visto nunca. La frivolidad reivindica la libertad y la igualdad como principios, pero en realidad presupone todo lo contrario, porque solo unos pocos frívolos puede ocupar todo el espacio del mundo real en la vida política y los medios de comunicación.
La frivolidad, como mecanismo de selección de las élites, no solo consigue que unos pocos sigan dominando a la mayoría, lo que puede hacerse de diferentes formas más o menos perjudiciales para todos, sino que además deja mudo a todo el mundo porque no respeta los hechos, no atiende a razones, ni permite que se la refute, pues en el libre ejercicio de su soberanía se puede permitir el lujo de contradecirse constantemente, ya que es ella la que nunca deja de hablar y deja a la mayoría en el silencio.
La frivolidad es hermana inseparable del cambalache. El cambalache consiste en manipularlo todo, ocultar la realidad, y hacer y decir lo que a uno le parece con el fin de satisfacer un deseo, sea del tipo que sea: un beneficio económico, un favor sexual, un premio, un honor o un reconocimiento artístico o intelectual.
El cambalache es lo mismo que la indecencia, pero la mejora de modo manifiesto porque sabe ocultar todo lo que hace. La indecencia, cuando es evidente, nos parece desgraciadamente real, muy real, el cambalache solo llega a ser real cuando se degrada y queda al desnudo como indecencia, lo que da la impresión de que ocurre casi todos los días, aunque esto no esté al alcance de cualquiera. Y es que ser indecente es un lujo del que solo unos pocos pueden disfrutar, aquellos que controlan los hilos del poder económico, político o militar y que además pueden disponer de unos buenos abogados.
Se dice que existe la corrupción porque todo el mundo es corrupto: la que roba pañales en un supermercado y quien lleva a la quiebra a todo un sistema financiero. Sin embargo no es cierto, porque pensar que todas las grandes superficies comerciales del mundo puedan ir a la quiebra por un asalto combinado de madres desesperadas es una estupidez; sin embargo una crisis global provocada por la avaricia de unos financieros indecentes, no por la mayoría de ellos, no solo puede ser real: es que lo ha sido. De la misma manera si algunos políticos son corruptos no es porque corrupto lo sea todo el mundo, ni siquiera porque lo sean todos los políticos, sino porque unos pocos privilegiados lo son y saben ocultarlo, haciendo además gala de ello.
El cambalache y la indecencia se combaten con el descubrimiento de la verdad y con la ley aplicada con rigor y son posibles porque los principios morales de unos cuantos han dejado de existir. No se combaten con la frivolidad, porque hablar sin saber de qué, decir lo contrario de lo que se dijo y creerse superior a los demás porque se es más hábil que ellos manipulando a pequeños grupos para alzarse como líder y copar el espacio político y la opinión pública también es un cambalache. Nadie es decente solo por decir que otro es indecente y recrearse en la caída del indecente cogido in fraganti, cuando se conoce a otros todavía amparados en el cambalache. Eso solo es frivolidad.
Ud., que está fuera de ese mundo, no se preocupe si se siente irreal, ni se lo vaya a contar al médico. Simplemente escuche el viejo tango Cambalache, que decía: “que el mundo siempre fue y será una porquería/ ya lo sé,… pero que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente/ ya no hay quien lo niegue…. Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor / ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador… Los inmorales nos ha igualao/….Qué falta de respeto,/ que atropello a la razón./ Cualquiera es un señor / cualquiera es un ladrón…/ Es lo mismo el que labura / noche y día como un buey/ que el que vive de los otros… o está fuera de la ley”.
*El autor es catedrático de Historia Antigua de la USC
1 comentario en “Entre la frivolidad y el cambalache (JOSÉ CARLOS BERMEJO en EL CORREO GALLEGO)”
“Esta usted seguro de que existe,”
Una buena pregunta.
Como puedes saber que los insectos que aburren las calles, en realudad poseen autoconsciencia..?
A que no puedes verificarlo..
Y si todos fueran zombis pesadisimos, encadenados para siempre a su estereotipads y puramente reactiva conducta irracional, simplemente porque alguien destruyo su perspectiva intelectual sobre la misma, que es lo unico que realmente determina un psiquismo autocpnsciente..
Piensalo … muy despacio