La tradición escrita es la mayor riqueza del espíritu humano?.
Emilio Lledó: El silencio de la lectura.
Las palabras que ocupan hoy este zaguán nacieron para ser dichas en un mercado. Porque fue allí bajo la bóveda modernista del mercado de San Agustín donde ABECEDARI@ editores coruñeses decidió instalar un Foro dedicado a promover el libro y la lectura. Durante tres días libros, revistas, conferencias y conciertos compartieron espacios, olores y fulgores con robalos, lacones, chorizos y hortalizas. Una hybris a la vez extraña y feliz entre palabras, músicas y múltiples condumios. Pero nacieron sobre todo de un deseo. El de intentar compartir con los oyentes, y ahora con los lectores, unas reflexiones sobre ese hecho insólito que es el acto de leer. Y digo insólito, no sólo porque sea el hombre el único ser que lee. Ni porque en la historia de la humanidad el hecho de leer sea suceso relativamente reciente. La lectura alfabética aparece en Grecia pero no lo hace hasta bien medrado el siglo IX a.C. Lo digo porque si por leer entendemos interiorizar aquello que leemos incorporándolo a lo que somos y sentimos, el llamado analfabetismo funcional sigue siendo hoy una realidad rampante.
Los bárbaros, tanto los antiguos como los novísimos, no leen. Tampoco leen los vagos, los simples, los que se creen listos, los que lo saben todo, los muy seguros de sí mismos, los que dicen que una imagen vale por mil palabras sin darse cuenta de que sólo pueden decirlo – ¡y pensarlo!- con palabras. Ciertamente los más jóvenes se están pasando de la imagen a la letra – del televisor al WhatsApp- pero esos artilugios en los que leen y teclean no les permiten masticar y rumiar lo que leen. Los profesores de literatura -no todos, claro está- abjuran de su nombre y prefieren ser llamados filólogos suena a más científico. Prefieren explicar el sintagma o el fonema a transmitir emociones recitando un soneto o una cantiga. La filosofía es expulsada del curriculum del bachillerato. El presidente del Gobierno lee el Marca y lo proclama con orgullo. En O último día de Terranova, Manolo Rivas novela el cierre de una librería simbolizando la clausura de todas las librerías. ¡Aquellas venerables librerías con su fondo de armario de libros en las que parecía condensarse toda la sabiduría del mundo! Galicia parece aproximarse a aquella situación que Lucas Labrada reseña en su Descripción del Reino de Galicia: Tres librerías y tres mil tabernas. Los expertos proclaman el final de un ciclo. La predicción es casi unánime. Tal como a mediados del siglo XV la invención de la imprenta con caracteres móviles acabó con el pergamino y el códice, del mismo modo la electrónica acabará con el papel y el libro.
Para que ante tan penosa unanimidad no cunda el pánico ahí les va una primera reflexión. En lo que se refiere a asuntos relacionados con la vida -sea la vida biológica, la cultural o la política- nada importante es predecible. Se puede predecir con precisión de segundos un eclipse de sol y con precisión de horas la llegada de una nave aeroespacial a la luna. Pero no se puede predecir el vuelo de una mosca. Es verano, hace calor, ustedes tienen la ventana abierta y están leyendo tranquilamente un libro. Por la ventana entra una mosca. Revolotea a su alrededor e intentan espantarla en vano. Incluso la mosca se atreve a posarse sobre la página que están leyendo. Levantan sigilosamente el brazo, dan un manotazo, y ¡zas!, la mosca se escapa volando. De cien veces, noventa y nueve fracasa el mosquicidio. De los tropecientos mil agentes de la CIA en la guerra fría, ni uno sólo fue capaz de predecir la caída del Muro de Berlín ni con un solo día de anticipación. Analizando los telares mecánicos de Manchester y el proletariado industrial que generaban, Karl Marx -¡la extraordinaria capacidad analítica de Marx!- predijo el inevitable advenimiento del comunismo. Siempre y cuando se diesen las famosas «condiciones objetivas». Pero el comunismo no apareció en la industrializada Inglaterra sino en países atrasados y agrícolas como Rusia o China. Y años más tarde? ¡en Cuba! Tampoco nadie predijo la llegada de la sociedad del conocimiento. Valga también un ejemplo más próximo y trivial. Cuando todo el mundo se ocupaba – y se sigue ocupando- en parecer más joven de lo que realmente es, nadie pudo predecir esta moda actual de dejarse crecer una barba que añade años a la fisonomía.
Y si todo es tan impredecible, ¿por qué hemos de creer a los casandras que una y otra vez proclaman la muerte no sólo del libro sino también de la lectura tal como hasta ahora la entendemos? Volvemos a la mosca. El vuelo de la mosca es impredecible porque si no lo fuese, las moscas no hubiesen podido sobrevivir. En esa guerra abierta de todos contra todos que es la evolución, otros bichos se las habrían comido.
Y ahora llega ya la gran cuestión. Tal como la mosca necesita la impredictibilidad de su vuelo para subsistir ¿necesita el ser humano de la lectura para seguir siendo un ser humano? Bajamos un poco el punto de mira y nos preguntamos: ¿Por qué y para qué leemos? No me refiero a la lectura informativa o educativa cuyos objetivos y finalidades son bien obvios. Me refiero a la lectura que leemos sin saber muy bien por qué lo hacemos. Podríamos decir la que leemos por placer pero la expresión no acaba de gustarme. Porque hay muchas cosas superfluas capaces de producir placer y de lo que aquí tratamos está mucho más cerca de la ascética y de la exigencia de lo necesario que de la banalidad de lo superfluo. De lo que aquí se trata es de la lectura que funciona como instrumento de una Bildung, de una formación. Lo que Cicerón nombró como cultura animi, la cultura del alma. No tanto de la que nos informa como de la que nos transforma y nos conforma. La que da forma a lo que pensamos, a lo que sentimos y, en último término, a lo que somos. Estamos ya ante la almendra, el corazón del asunto. Si para poder llegar a ser lo que podemos ser necesitamos esa formación cultural ¿de dónde nos vendrá esa necesidad?
Ahí les va una hipótesis. Esa necesidad deriva de una doble carencia. Necesitamos la literatura porque el ser humano es un ser incompleto. Y porque, además, resulta oscuro para sí mismo. De ahí nos viene que para llegar a ser lo que podemos ser necesitemos vivir experiencias que nos completen. Y algo así como una luz que nos ilumine. Pero ese asunto queda para el próximo Zaguán.
-continuación-
Incompletos y oscuros para nosotros mismos. Así somos porque así hemos sido hechos. Para llegar a ser lo que podemos ser necesitamos experiencias que nos completen y algo así como una luz que nos ilumine. Para eso está eso que sin demasiada precisión designamos como la Literatura. Necesitamos experiencias. La vida personal es siempre corta y muchas veces precaria y aburrida. Leemos novelas para vivir otras vidas, para hacer nuestras otras experiencias. Josep Pla dejó escrito que quien cumplida ya la cuarentena sigue leyendo novelas lo hace por no haber tenido una vida plena. Algo de cierto hay en la boutade. Pero más cierto es que por muy interesante o ajetreada sea una vida siempre quedará un lugar donde recibir nuevos huéspedes. Un lugar para poder ser habitado por La Isla del Tesoro o la Tragedia de la Bounty. Por don Quijote o el Lazarillo. Por el príncipe de Lampedusa o Madame Bovary. Por el marqués de Bradomin o por Adrian Solovio. Digo Adrian Solovio aunque supongo la extrañeza. Y lo hago porque creo que antes de cumplir los veinte años todos los gallegos deberíamos haber leído Arredor de sí. Esa novela iniciática en la que don Ramón Oteo Pedrayo cuenta su propia y emocionante conversión. Y también lo digo porque creo que si tal cosa sucediera quizás otro gallo nos cantara.
Leemos poesía para que la banalidad de lo cotidiano no nos exilie para siempre del ámbito de lo enigmático. «¿Por qué quien ama no busca la verdad sino que solo busca dicha? ¿Cómo sin la verdad es posibles la dicha?». Ahí lo tienen: un enigma atrapado en la jaula de dos versos. También leemos poesía para percibir encantos y matices que la realidad oculta. Una tarde cualquiera cogen ustedes el coche y se van a Vilar de Donas. Buscan a quien les abra la puerta y entran en la pequeña iglesia románica. Están solos y llevan ya un buen rato admirando esas figuras que componen el mural más bello de Galicia. Y por la memoria van apareciendo unos versos de Cunqueiro: «De todolos amores o voso amor escollo/ miñas donas Giocondas en vos ollo/ todalas donas que foron no país/ unas brancas camelias, outras frores de lis». ¡Miñas donas Giocondas! Solo tres palabras. Pero ustedes ya perciben el aire italianizante de unos sombreros y de unos tocados que parecen recién llegados de Venecia o la Toscana.
Y una mañana de abril andan ustedes paseando calles admirando la tenue luz de Atlantic City. Y de pronto sienten en el costado algo así como la llamada del Océano. No lo dudan, aprietan el paso y se dirigen al Orzán. Día de calma o de furia, vale igual. Llevan ya largo tiempo en la Coraza. Contemplan como una y otra vez rompen con furia las olas contra las rocas. Una y otra vez. Festoneada de espumas también una y otra vez sube y baja la brava lengua del mar lamiendo las arenas de la playa. Y entonces se les viene a la memoria un verso del Cementerio Marino: «La mer toujours recommenceé». El mar siempre volviendo a empezar. Solo cuatro palabras. Pero ahora ustedes perciben que ese subir y bajar viene desde el mismo origen del mundo. Y que así seguirá sucediendo hasta su final. Algo así como una metáfora de la eternidad. Bien bellamente nos lo dejó dicho Luis Pimentel. «Para iso e o meu verso. Para darlle eternidade ás cousas».
Un día se levantan ustedes metafísicos. Zubiri no les basta y deciden atreverse con Heidegger. Buscan y rebuscan en la biblioteca. En un rincón, medio olvidado, aparece ¿Qué es metafísica? Apenas un librito, menos de setenta páginas. Sorteando oscuridades son capaces de llegar hasta el final. Y allí se encuentran cara a cara con la Gran Pregunta. Voy a permitirme la pedantería de formularla en su versión original «warun ist überhaupt das Seiendes und nicht vielmehr das Nicht?» (¿ Por qué existe el Ser y no más bien la Nada?) Al principio les parece una chorrada. Pero si no se escapan e insisten a la quinta vez que se repitan la pregunta lo que les parecerá una chorrada es el Big-Bang. La pregunta no tiene respuesta. Jamás la tendrá. Pero de la pregunta salimos diferentes a cómo éramos antes de preguntar. Porque la pregunta nos ha puesto delante del misterio de la creación. Y aprendemos algo nuevo. El hecho de que no haya respuestas no nos exime del deber de preguntar.
Leemos con los ojos pero también alguna vez con los oídos. Es lo que ocurre en el teatro. Desde el texto escrito la palabra salta y se hace voz en los labios del actor. ¿Por qué y para qué acudimos al teatro? Un fin de semana aprovechan ustedes una oferta low cost y vuelan a Londres. Nada más llegar ven que en las carteleras publicitarias se anuncia una representación de Otelo. En el teatro The Globe. Les pica la curiosidad, reservan las entradas y allá se van. Su nivel de inglés les juega alguna mala pasada. Les cuesta trabajo entender bien lo que dicen los actores. Pero en el aire se masca y se respira la tragedia. Perciben que hay momentos en los que el corazón se les acelera y la piel se les vuelve carne de gallina. Y ya casi al final oyen cómo un Otelo desesperado dice a Desdémona: «I´ll kill you and I´ll love you after» (Te mataré para después poder amarte). No se puede expresar con mayor brevedad y precisión el fantasma de los celos. Ese aguijón terrible compañero inseparable del amor. Salen del teatro con el ánimo aún sobrecogido pero quizás entendiéndose mejor a ustedes mismos. Y a tantas tragedias que todos los días ocupan la primera página de los periódicos y el prime time de los telediarios. «Cosas terribles muchas hay pero ninguna tan terrible como el hombre», dice Sófocles en Ayax. ¿Para qué nos sirve contemplar cara a cara el espectáculo de lo terrible. Yo no lo sé muy bien. Los eruditos hablan de catarsis, de purificación.
Hay que poner punto final. Pero alguien podría preguntarse: si para poder llegar a ser lo que podemos ser tan importantes son estas lecturas ¿cómo se explica que tanta gente no haya leído un libro en toda su vida?. Para conocer la respuesta habrá que esperar al próximo zaguán.
POR QUÉ Y PARA QUÉ LEEMOS ( Y 3)
El último zaguán terminaba abriéndose a un interrogante. Si para llegar a ser lo que podemos ser tan importantes son la lectura y la cultura ¿cómo se explica que haya tanta gente que no ha leído un solo libro en toda su vida? Ayudándome en una sugerencia de George Steiner voy a intentar contestar esa pregunta. Sabemos de la necesidad que tenemos de comer porque tenemos hambre. De la de beber porque tenemos sed. De la de hacer el amor porque tenemos líbido. Con menor precisión la propiocepción de nuestros músculos nos informa sobre la conveniencia de movernos y la termorregulación de la de calentarnos cuando tenemos frío. Pero nada hay en nuestro interior que nos informe sobre la conveniencia o la necesidad que tenemos de leer un gran libro, de escuchar una gran sinfonía, de admirar un gran cuadro. De emocionarnos ante un gran poema o de ensimismarnos con un gran texto filosófico. Sólo lo sabemos “a posteriori”. Después de haber gozado o sufrido la experiencia.
Bien mirado resulta un tanto extraño este silencio del gran beneficiado de la experiencia cultural, el cerebro. Porque lo cierto es que cuando leemos a Rilke, escuchamos a Bach, tocamos el piano, resolvemos crucigramas o “sudokus”, jugamos al bridge o al ajedrez, estamos beneficiando nuestro cerebro. Leer con atención, pensar con rigor, gozar o sufrir como es debido son tareas que estructuran y reorganizan el cerebro. Las neuronas no aumentan su tamaño ni se multiplican ni son sustituidas por hijas más jóvenes y listas. Pero mejoran sus sinapsis y las redes que las conectan entre sí. La información entra y sale con mayor nitidez y llega a sitios a donde antes no llegaba. Somos escultores de nuestro cerebro. El señor de Montaigne dejó escrito que a partir de los cuarenta años todo hombre es responsable de su rostro. Otro tanto podría decirse de su cerebro.
Sin apenas darnos cuenta el discurso se nos ha ido escapando hacia el campo de la autodenominada neurociencia. Aún a costa de ser tachados de retrógrados o espiritualistas trazamos la línea roja. El cerebro es una cosa y la mente otra bien distinta. Abandonamos sinapsis y neuronas y volvemos a lo nuestro. A la experiencia de leer. Una cosa ya tenemos clara. De esa lectura que hemos dado en llamar cultural o transformadora no se puede decir que sea algo “que nos lo pide el cuerpo”. También está claro que si la motivación inicial no nos nace desde dentro tendrá que llegarnos desde fuera. Necesitamos intermediarios. Hasta hace poco tiempo el instrumento principal de esa intermediación fue la educación. Cómo y por qué la educación se ha vuelto a sí misma iletrada es asunto importante pero que no puede ser tratado aquí. Sí trataremos, aunque sea brevemente, de las condiciones necesarias para que la experiencia se produzca. En el Fedro, Platón hace decir a Sócrates que las palabras son como semillas. La metáfora da pistas para acceder al núcleo duro de la cuestión. Porque para que la semilla fructifique poco importa quién sea o de dónde venga el sembrador. Lo que importa es que el arado abra la tierra. Y que en el fondo del surco el calor y la humedad acojan la semilla. También en la lectura el movimiento inicial consiste en un abrirse. En recibir las palabras como la tierra recibe a las semillas. O como recibimos a un amigo largamente deseado. Vuelvo a Steiner. Hay que abrir puertas y ventanas, poner en la mesa un mantel nuevo y descorchar un vino viejo. Acaso también hacer vibrar el aire con la hermosura de un allegretto. Y salir al encuentro. El corazón y los brazos dispuestos al abrazo. Después sucederá lo que tenga que suceder. Porque la lectura es un placer, pero un placer difícil.
Ahora la pescadilla se muerde la cola. Volvemos al principio. Seres incompletos pero también oscuros para sí mismos. Necesitados de experiencias que nos completen pero también de alguna luz que nos ilumine. Después de haberlo escrito lo leo en Harold Bloom el gran pope del canon literario: “sólo se puede leer para iluminarse a uno mismo”, ¿por qué será así? Pues probablemente porque la vida está compuesta por experiencias fragmentarias. Y el yo es único. La propia vida personal sólo puede ser entendida si puede ser estructurada como un relato. El mayor placer de la vida, dice Borges, consiste en poder ser contada. También para eso sirve la literatura. Para leernos y contarnos a nosotros mismos. Para que en nuestra biografía llegue un momento en que podamos decir eso que casi como un desafío dice Don Quijote: “yo sé quién soy”. Ese momento en el que ¡por fin! tomamos posesión de nosotros mismos.
Y aún nos queda pendiente el tema de la soledad. “¿cómo llenarte soledad si no es contigo mismo?” dice un verso de Cernuda. Compañera casi única del último tramo de la vida. Porque la vejez es algo así como una oquedad. El hueco que se produce cuando van huyendo de nuestra vida afanes y trabajos, afectos e ilusiones, pulsiones y deseos. Nada lo define mejor que un verso de Mallarmé: “la chair est triste helás! et j’ai lu tous les livres”. La carne está triste y ¡ay! ya he leído todos los libros. Pero lo cierto es que siempre quedan libros con los que seguir viviendo nuevas experiencias y avatares. Ese es el mensaje y la receta: “Nulla dies sine littera”, ningún día sin al menos unas letras. Siempre un libro al alcance de la mano. En el tren, en la sala de espera, junto al sofá de la siesta, en la mesilla de noche. En la cabeza y el corazón. Y no se olviden de una cosa. Hubo un tiempo en el que en los Estados del Sur de la primera Norteamérica enseñar a leer a los esclavos era un delito grave. Hoy como ayer. Eso son y seguirán siendo los grandes libros: ventanas abiertas al viento de la libertad.
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2 comentarios en “Por qué leemos y para qué leemos (Doktor Pseudonimus en LA VOZ DE GALICIA)”
A sus 86 años el Doktor Pseudonimus, es decir, el profesor Sánchez Salorio, catedrático de Oftalmología de Compostela y hombre sabio, es capaz de escribir un artículo como este, hermoso en su redacción, erudito en sus citas, optimista en sus predicciones. Es un privilegio leerlo.
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