Las estatuas de cuerpo entero del Padre Feijó (1676-1764) y Concepción Arenal (1820-1893) se levantan en Ourense sobre anchos pedestales de varios metros de altura en medio de espacios ajardinados, señal de la privilegiada y elevada posición que la ciudadanía de tiempos pasados les concedía por sus méritos científicos, literarios o sociales. La de Valentín Lamas Carbajal, en El Posío, (1849-1906) nos mira desde un pedestal estrecho y una altura media. La de Prado Lameiro (1874-1942), obra de Asorey, a pocos metros, está en una especie de hornacina a 1 metro del suelo. El busto de Risco en A Ponte, (1884-1963) se levanta sobre una modesta y estrecha columna. La voluminosa cabeza de Ferro Couselo, (1906-1975) de Ramón Conde, casi oculta por la vegetación, se alza sobre un pequeño pedestal en el exterior del Museo y lucía una pintada sobre su frente que decía Pene sin que ningún concejal del vecino ayuntamiento, hubiera solicitado su borrado hasta hace unas semanas y eso, a petición de parte. Las modernas esculturas de Castelao (1886-1950) y Blanco Amor (1897-1979) no tienen pedestal. Están fijas en el suelo casi confundidas con los paseantes. La de Otero Pedrayo (1888-1976) en la Plaza del Corregidor, se eleva sobre una plataforma que no llega al metro de altura. Rosalía que yo sepa, no tiene estatua en Orense, tampoco Curros, ni Pondal, aunque todos tienen su calle.
No siempre las estatuas son merecidas. Las de Franco o Stalin han desaparecido del paisaje urbano. La de Pujol aún resiste. Son estatuas que fueron levantadas cuando aún vivían los así ensalzados lo que dice mucho, de manera indirecta, del régimen que las levantó y de los ensalzados que lo permitieron. Hay que suponer que las que han conseguido atravesar varios períodos históricos sin ser derribadas cuentan con la aprobación general y la aprobación del juicio de la historia.
Entre nosotros, parece como si a medida que nos aproximamos al presente, se produjera una progresiva disminución, no sólo del cuerpo y volumen sino también, y de manera más importante, de la altura a la que se levantan las estatuas de las gentes que algo aportaron a la cultura del país.
La fraseología nos orienta en lo que eso puede significar. “Poner a alguien en un pedestal” es enaltecer, glorificar, tener en alta opinión o estima a alguien y esa era al parecer, la pretensión que del Padre Feijoo tenía la sociedad orensana que levantó su estatua en 1887. La nuestra, ha rebajado o privado de pedestal, a Castelao, Blanco Amor, Otero Pedrayo o Ferro Couselo, y aunque puede que no sea la única razón, no parece muy desacertado suponer que nuestro tiempo no los tiene en muy grande estima ni desea enaltecerlos. Tal vez se pretenda “democratizar” a quienes antes se enaltecía, bajarlos de su pedestal haciendo de ellos “uno más” entre la gente de a pie, cosa que obviamente no fueron.
Podría proponerse, sin pretensión científica, el siguiente principio: la altura del pedestal de una estatua es directamente proporcional a la importancia que una sociedad y sus dirigentes concede a los personajes así recordados.
No hay motivos para el optimismo, creo…