En realidad, el libro que les voy a presentar en este momento ya lo he presentado. Porque he tenido la suerte de que Pablo me eligiera para hacer el prólogo de La senda de las amantes inciertas. Pero si me limitase a leerlo ahora, ustedes dirían que soy un vago, que soy como uno de esos malos profesores que se limitan a leer sus apuntes. La verdad es que podría hacerlo porque el prólogo es lo primero que todo lector sensato debe saltarse en un libro. Verdaderamente, los prólogos, sólo los leen los autores prologados.
No lo voy a leer, pero si voy a decir que sostengo todo lo que digo en él sobre la poética de Sánchez Ferro y la calidad de su literatura. Cuando uno lee los poemas de Pablo se deslumbra y en realidad se queda mudo, no sabe que decir, y si le obligan a decir algo solo puede decir: mira, lee esto.
Así que todo lo que debí escribir en ese prólogo y todo lo que debía decir ahora es: ¡lean ustedes estos poemas! y punto, nada más, silencio.
Si leen ustedes La senda de las amantes inciertas se darán cuenta de que este autor tiene el poder de resignificar el mundo o, quizá, sea mejor decir que tiene el poder de darle significado a la experiencia, de hacer justicia. Sí, porque los verdaderos poetas no es que escriban bello, que lo hacen, sino que son justicieros. Vencen a todo lo que nos derrota y hiere de la vida cotidiana y lo convierten en arte. Arte como la luz que encierran las cosas y que si no fuera por el poeta no veríamos. La poesía auténtica es reveladora. Si no existiera, aunque tuviéramos como Argos, cien ojos, seríamos ciegos. Ese es el sentido del sintagma de Gesualdo Bufalino cuando escribe: Argos, el ciego.
Ahora bien, esto solo ocurre con la poesía mayúscula. La de autores como Lorca, Rilke, San Juan de la Cruz o Sánchez Ferro.
¿Qué ocurre? ¿En Ourense y en el año de desgracias de 2022 no puede nacer una voz universal, aunque desconocida? Entre tanta poesía minúscula como soportamos en Instagram y en innumerables premios literarios; esa que dice, por ejemplo: “De ilusiones vive el amor y de amor vive la poesía” ¿no tenemos derecho a disfrutar de un poeta auténtico?
La pobre poesía auténtica yace oculta por una hecatombe de malos poetas. Parece que todos los que no saben escribir, pero “sienten”, escriben poesía (ellos lo llaman así). Habría que recordarles el aserto de Hegel: “el sentimiento es la forma más baja en la que se puede expresar una idea”. Y, por si fuera poco, esos falsos poetas confunden el sentimiento con la ñoñería y el lenguaje cursi.
Por eso, algunos nos alegramos de que existan escritores como Sánchez Ferro. Escritores que gritan, que saben que el género más difícil, el más excelso, el que está en la cima de la literatura, precisamente porque está en su raíz, es la poesía. Lo dice Paniker: cualquier escritura antes de prosa es poesía y antes de poesía, cántico y antes de cántico, grito.
Así que les dejo con los gritos de Sánchez Ferro.
Manuel Janeiro