Inocentemente creímos algunos que lo que Garzón había dicho en su entrevista a The Guardian, es lo que está publicado en el diario británico. Que la ganadería extensiva produce carne para el consumo de mejor calidad que la ganadería intensiva y que ésta, controlada o no por grandes empresas, es poco sensible al tema del maltrato animal, contamina suelos y acuíferos e introduce en el mercado carnes hormonadas y saturadas de antibióticos preventivos, amen de otros medicamentos que resuelven los problemas de hacinamiento e ingesta —cereales en lugar de hierba y heno— que sufren los animales en las macrogranjas.
Pues no, resulta que no se estaba hablando de la calidad de un producto alimentario, de sus repercusiones en la salud humana y en el medio ambiente, sino que se hablaba de las siguientes cuestiones:
La maquiavélica: Una maniobra de Garzón para adquirir protagonismo y contrarrestar el creciente prestigio de su compañera de partido y de gobierno Yolanda Díaz.
La ontológica: Garzón quiere ser, y como en política se es haciendo y a él le han dado un ministerio con poco contenido, se pasa el día enredando y montando líos.
La gamberra: El ministro pretende tocarle las narices a Pedro Sánchez, a ver si así le hace un poco más de caso en los consejos de ministros.
La política: Un ministro ¡comunista!, perteneciente a un gobierno dudosamente democrático, precisamente por comunista, separatista y terrorista, lo mejor que puede hacer es dimitir. O, en su defecto, debe dimitir su presidente por tener la desvergüenza de mantenerlo en el cargo.
Confieso que no soy tan sagaz como para advertir todas estas connotaciones sutiles a las que me acabo de referir. Simplemente las he recogido de analistas expertos, politólogos de pro y demócratas de toda la vida.
En mi miopía denotativa me pareció esperanzador que un ministro, aunque comunista, no solo hiciese declaraciones a la prensa extranjera, sino que, planteándolas antes en el consejo de ministros, se atreviese a tomar medidas reguladoras en un asunto tan importante como la producción ganadera. Algo que se relaciona con la salud, con el medio ambiente y con la creciente sensibilidad de muchos ciudadanos respecto al maltrato animal y a lo que estamos empezando a llamar derechos de todos los seres sintientes. Perdóneseme estos pensamientos ultraizquierdistas, ultraecologistas y ultraanimalistas, pero tiene que haber gente para todo, ¿no?, al menos entre los hijos de la democracia ateniense.
También en mi optimismo crónico —la democracia es en sí una opción optimista— pensé que a las declaraciones de Garzón seguirían medidas políticas adecuadas. Barrunto que tras analizar el problema se hace necesario abordar asuntos de reconversión industrial, apoyos a los ganaderos y carniceros y otras cuestiones relacionadas con las nuevas prácticas alimentarias deseables. No sólo el tabaco es veneno.
A lo mejor conseguíamos de esta forma, inicialmente garzondiana, evitar desastres como el del Mar Menor, contaminado por las granjas de cerdos, o evitar que los antibióticos presentes en la cadena trófica atenten contra nuestro sistema inmunológico.
Pero como todo es opinable y algunos dirán que los antibióticos no pasan y que las hormonas en el fondo son buenas, les propongo un pequeño experimento. Una prueba objetiva de percepción sensorial:
Cójanse dos filetes, uno de ganadería intensiva y otro de ganadería extensiva y pónganse cada uno de ellos en sendas sartenes al fuego vivo.
Observen atentamente: ¿Lo ven? El filete que se encoje plegándose sobre si mismo, flota en una espumilla ocre como de sangría y si le acercan las narices hiede, es el filete intensivo. Tírenlo enseguida y cómanse el otro, por favor.