Estimado Moncho:
Durante tres años el capitán Kidd permaneció colgando de la soga en los muelles de Londres, encerrado en una jaula de metal, para escarnio de delincuentes y ejemplo para generaciones futuras. Da la impresión de que la niebla asalitrada del Támesis contribuyera a conservar durante tanto tiempo la maroma y los restos mortales del corsario, igual que la sal y el vinagre sirven para conservar unos pepinillos. Tan solo se oxidaron los herrajes de la gaiola. En Londres dicen que los efluvios que emana el Támesis sirven también para mejorar otros elementos igual de delicados que la carne de pirata, tales que ostras en escabeche o vino de Oporto, que mejora con su estancia en aquellos húmedos lugares. No sé. Los paseadores de los muelles de Londres en los viejos tiempos, -tiempos más ejemplarizantes con el castigo que los actuales-, pudieron ver los cuerpos ahorcados de piratas, corsarios, filibusteros, bucaneros y toda clase de malandrines de tierra adentro, y algún que otro, por qué no decirlo, hombre honrado injustamente condenado. El capitán Kidd, que empezó su tarea con una patente de corso concedida por el gobierno de Inglaterra fue torciendo su actividad y acabó robando al Estado inglés. De nada le valió esconder sus tesoros a la vista de sus acusadores para intentar ejercer presión política sobre ellos porque en todas las historias de ladrones malhadados siempre aparece la figura del Traidor que da al traste con los planes del osado caco. A mí todo este batiburrillo de ideas me vino a la cabeza cuando el otro día paseaba voluntariosamente por algunas calles de Lababia. Arriba y abajo, las efigies de los políticos que se presentan a las elecciones para alcalde colgaban de las farolas como una premonición de un mal pensamiento. Me preguntaba cuanto tiempo pasarán colgadas de sus grapas esas imágenes retocadas por Photoshop de estas gentes que viven fantasmales entre el Más Allá y el Más Acá, rejuvenecidos de cara y ocultas las ávidas manos, una vez que hayan pasado las fechas de los comicios. Daguerrotipos de fantasmas, psicofonías de espectros. La niebla del Miño les irá comiendo la color y de guapetones niños de primera comunión pasarán a ser unos vejestorios arrugados por humedades, vientos y lluvias del próximo otoño. No llegan a Navidad en cuerpo mortal estos figurines, volverán a su estado natural. Mientras tanto los que alcancen la gloria de ser elegidos para dirigir los destinos de esta ciudad provinciana tendrán patente de corso para robar al Estado confundiendo los botines rapiñados con el patrimonio regalado. Unos y otros buscarán mordidas, favores para asesores y familiares de varios grados, rincones donde poder construir su futuro, cuchipandas, entrevistas, conferencias para analfabetos, favores sexuales, luces de navidad, fiestas al por mayor para rebaños, velocidades de rayos y truenos en automóviles que no son suyos, juicios amañados por jueces veleidosos y abogados venales, multas pagadas por la bolsa común, espionajes mutuos de prevaricaciones en pelotas, pactos inverosímiles hasta que se producen, tratos de favor de los medios a cambio de subvenciones varias, cortes de aduladores, mierdas y chupamedias, y traidores delatores personalizados, que lo serán cuando dejen de ser untados con esa grasa que hace funcionar la maquinaria de la actividad política municipal por los siglos de los siglos… Al contrario de corsarios, piratas, filibusteros, hermanos de la costa y ladrones de tierra firme de otras épocas, que se arriesgaban a acabar colgados de la horca, estos políticos que aterrizan de nuevo y de viejo por aquí, empiezan siendo colgados de las farolas en efigie sin temor a mayores castigos futuros, hagan lo que hagan, canten lo que canten, malversen lo que malversen, prevariquen lo que prevariquen. En cuanto a los hombres justos que se vean ominosamente colgados de las farolas por las orejas de sus fotografías, a esos la Posteridad ha de perdonarlos como Lot perdonaba a algunos habitantes de Sodoma y Gomorra.
Atentamente,
Lázaro Isadán