Estimado Moncho:
Los abusones de patio de colegio, los matones de taberna, los violadores de callejón o de manada, los invasores de países vecinos, son gentes que no suscitan muchas simpatías una vez que han cometido sus tropelías, más allá de las que concitan en los amigos, allegados, familiares, e interesados mercantiles. Los autarcas modernos, esos reyes de Antiguo Testamento traspasados por la brújula del tiempo a los tiempos actuales, son gente que no tiene en cuenta la vida de sus compatriotas, simples carnes de cañón, ni la de sus vecinos, impuras reses de matadero. En cuanto ven palmo de gato, llevados por la adulación constante a la que los somete su camarilla mercachifle y que les revuelve las tripas de su cerebro, acaban meando y defecando dentro y fuera de tiesto. Cuando muchos compatriotas míos adulaban a Putin de una manera servil y lo convertían en paladín de sabe dios qué bellezas morales era imposible que no pudiesen ver y oler la calaña del sujeto en cuestión, que apestaba a distancia. No sé si lo nombraron doctor honoris causa de alguna universidad nacional, alguna de esas que ven la paja en la tesis ajena pero se pasan por el forro la viga en la tesis propia, pero lo que si sé es que ha sido nombrado hijo predilecto por algún ayuntamiento gestionado por lumbreras de carné y de chequera chistera. Había que recordar cuantos títulos y honores se han concedido en este país a mucha gente que tenía la rara habilidad de quedarse con lo ajeno en cantidades ingentes, y de disfrutar del botín: Morgan Franco, Flint Conde, Drake Rato,…eran unos muchachos excelentes que merecían la horca y el birrete. Una vez que estos sujetos eran colgados del palo mayor, las mismas universidades perdían el culo para limpiarse el ídem del buen nombre de la familia a la que estos malandrines habían engañado en un estupro difícilmente resistible, dejando embarazada a la Niña. Es que eran tan guapos, con sus gominas, sus teorías de la escuela de Chicago, sus collares de perlas de siete vueltas y tres estralos, que era muy difícil no caer embelesados por su encanto de malvados narcotizantes.
No aprendemos nada. Con los autarcas carcas, con los golfos de levita, con los abusones, con los invasores, con los dictadores, la única respuesta es mantener las distancias, dejarse de confianzas y dejar claro que si se meten con uno sabremos como defendernos. Si es posible hay que robarles la cartera y los donuts o llamar al hermano o al primo de zumosol del Ayuntamiento o la Comunidad de Madrid para que a cambio de una comisión de un bocadillo de nocilla les arreen una patada en la entrepierna.
Al socaire de los últimos acontecimientos, y sin saber nada de la Razón de Estado, -ténganse en cuenta que la razón de estado es un estado de la sin razón, perdóneseme la facilidad, y que la única razón razonable podía ser la de los que no la tienen, es decir los niños y los locos-, con un atrevimiento impropio de un hombre tímido y poco dado a dar consejos, me atrevería a aconsejar a alguna vieja universidad con lumbreras sin lumbre, siempre desde el máximo respeto que les tengo a algunos individuos, que coincide que no es ninguno, y para ir adelantando trabajo, que nombrasen Doctor Honoris Causa al Bey-Sultán de Marruecos, para que ayudasen así a redondear la faena, las dos orejas, el rabo y las criadillas del Madrid galdosiano que ha llevado a cabo ese gran torero goyesco que es el señor Sánchez, querubín. Tiempo habrá en un futuro no demasiado lejano de solicitar le sea retirado ese doctorado al califa medieval que aprovecha la tiranía militar y religiosa para perpetuar una dictadura tan infame como él mismo. Tengan a buen seguro, esas universidades y sus indignatarios que lo hayan nombrado profesor honorario no numerario, que la capacidad intelectual del Sultán de las Mil Noches Largas, a todas luces pulida en universidades americanas Norte de reconocido prestigio en Wall Street, es de ciento sesenta de coeficiente, medida a nivel del mar, con presión, temperatura constantes, y con las olas del Sahara meciéndose suavemente al vaivén de un calipso. Y tengan en cuenta que, llegado el tiempo, lo despojarán del título en cuanto haya cagado en el morral de los españoles otra vez, convirtiéndose en un héroe semidivino para sus súbditos que quieren escapar de sus garras arriesgándose a cruzar el Estrecho, a patear con las botas Ceuta y Melilla y con sus pateras las Islas Canarias; y en un villano para los mis compatriotas que mientras tanto están silbando mirando para las nubes del teléfono móvil.
Propongo que el padrino de la ceremonia sea nuestro bien amado presidente Brummell; y las damas de compañía sean todos los tertulianos que aplauden de nuevo esa gran idea de entregar a Viriato y todo su pueblo saharaui a Roma, bien asesinado y amordazado para que no muerda después de muerto. Esta vez alguien ya ha cobrado por adelantado los denarios-dírham porque Rabat sí que paga a traidores.
Atentamente,
Lázaro Isadán