Estimado Moncho:
En estos últimos tiempos modernos, mucho más modernos que los de Chaplin, dónde va a parar, la filantrópica actividad del robo ha sufrido un enorme deterioro en su prestigio debido sobre todo a que aquella faena, que practicaban con peligro para su integridad física algunos caballeros, enmascarados o no, utilizando instrumentos cargados con metralla de diverso tipo, instrumentos de los que habitualmente se encargaba de cargar otro caballero venido a menos, el Diablo Mecánico, ahora es practicado de manera convulsa por gentes de mal vivir, fulanos de baja estofa, zánganos sin honor ni honorabilidad (que no son la misma cosa), asesorados por el bufete del Diablo Punto Com, como pueden ser los políticos de todo tipo de pelambrera, los banqueros de funeral, generalmente engominados y los guardiamarinas de los Conejos de la chistera de administración de las empresas que fueron de los ciudadanos hasta que la vida, que da tantas vueltas, se las concedió a unos pocos de esos desarrapados de la familia Partitione, léase cuñados, suegros y primos terceros de la banca patria. Aquella actividad, de antiguo enjundiosa, exclusiva, aristocrática, heroica, ha pasado a ser ejercida, con minuciosa precisión, todo hay que decirlo, por mindundis arrabaleros de apellidos de larga tradición lumpera que tienen muchas camas donde caerse muertos aunque generalmente no quieran hacerlo y habría que obligarlos. De las honradas manifestaciones de esta añosa actividad, que se producían generalmente con ayuda de instrumentos estéticamente irreprochables como pudieran ser un puñal fabricado en Toledo, con cachas taraceadas, una navaja de Taramundi, con acero templado por las frías aguas del Cabreira, o una Beretta 9 milímetros, se ha pasado a la utilización degenerada del papel timbrado por notario del ilustre colegio de fedatarios públicos para la redacción de ignominias de la expropiación forzosa, el uso indiscriminado de los impuestos abusivos, la electricidad a precio de diamante, la informática de la cotización en Bolsa Faldriquera o las concesiones graciosas a los amigos del alma de aquello que no es de su propiedad. En tiempos míticos las víctimas románticas de aquellos paladines fueron viajeros de diligencia que intentaban llegar a Granada o a Sevilla cruzando Sierra Morena, curas con parroquia y hacendados con capilla que volvían de echar una cana al aire, viudas con hija casadera, modistos gais, pisaverdes vendedores de anticatarrales…a todos ellos se les vaciaba la bolsa a cambio de dejarles la vida, y el filántropo y sus secuaces continuaban su camino hacia la guarida en lo más profundo de las montañas para repartirse el Botín tranquilamente y marcharse después cada uno a lo suyo a que les hiciesen un pasodoble o una copla de Concha Piquer, una fotografía en sepia en el quicio de una mancebía. Ahora los nuevos atracadores se pasean por los despachos, por los ministerios, por los consejos de administración, juegan al golf con las raquetas de pádel y mandan a sus niñas a vestirse a París de Francia, Londres del Reino Unido y Milán de la goma de borrar y reciben títulos nobiliarios concedidos por otro Robin Hood que afana a los ricos para entregárselo a las ricas. A alguno, más torpe de lo habitual, cuando le preguntan de dónde ha sacado el cerdo que lleva oculto en un saco, hace grandes aspavientos preguntándose cómo fue posible que ese himenóptero se hubiese posado en sus hombros sin que él se hubiese dado cuenta. Y eso escuece, Señoría, qué injusticia.
Ah, nostalgia de los viejos tiempos, aquellos en que enfrentarse a los que nos querían robar era tan fácil, bastaba perder la vida o ganarla para siempre. Ya no quedan Fendetestas en el bosque, hoy todos los ladrones roban escondidos detrás del ordenador personal. Y no me diga, estimado Moncho, no hay ni punto de comparación, antes el hambre era mucho más llevadera y si nos dejaban en bragas hasta teníamos cierta dignidad.
Atentamente
Lázaro Isadán