Estimado Moncho:
Supongo que ese afán por convertir cualquier edificio en una gran oficina; esa fiebre, con delirium tremens, de transformar museos, auditorios, centros cívicos… en locales repletos de oficinas, se deberá a una erección populista, la necesidad de aumentar el tamaño de la inepcia, la ineficacia, la inútil burocracia que lleva definiendo a este ayuntamiento de Lababia desde hace más de un siglo: el tamaño de una colección más propia de entomólogo con sus frascos de termitas, carcomas y ladillas que todo lo trituran, incluida la paciencia de los ciudadanos o sobre todo la paciencia de los ciudadanos. En el ayuntamiento de Lababia sólo hay una sección del departamento de urbanismo que funciona a la perfección, la de los Constructores Nuestros Amos. Así que supongo que en esas nuevas oficinas que quiere multiplicar ad infinitum este alcalde, se colocará un departamento con ocho millones de asesores urbanísticos dedicados a la masturbación de informes, con orgasmos secos ecológicos sin polución para que no manchen las instancias de cincuenta pesetas, de las que hay excedente desde los tiempos del Caudillo; y un departamento mastodóntico de termalismo con los Cien Mil Hijos de d. Luis, el alcalde de aquel pueblo, que se dedicarán a probar aguas minerales con gas, traídas desde todos los países de la tierra por el enviado especial de la Diputación (con sueldo variable por objetivos), aportación impagable de esta institución al desarrollo intrínseco termal palaciego de esta ciudad decimovigesimonónica: D. Celidonio campando a sus anchas, ascendiendo de porco a marrau. Aquí no cambia nada, gracias a dios y a nuestra señora de los remedios.
Si este hombre atravesado hacetase un consejo de amigo inculto, le recomendaría que vaciase la biblioteca pública, quemase los libros en la caldera que calienta el agua de la casa consistorial y, en ese local resultón, hermosamente vacío, pulcro, pulido y funcional, pusiese unos grandes despachos en los que se pudiese jugar a las videoconsoladoras de pago por aspersión. Y un tobogán de pago por goteo para deslizarse con fluidez hacia una piscina de estulticia húmeda y musical situada en Monterrey, provincia de Jalisco, canta y no llores. Todo privatizado como en Madrid, ciudad a la que hay que copiar al pie de la letra y la música. Parafraseando al Poeta Desconocido: ¿Qué es Cultura?, dices, mientras clavas en mi pupila tu aviesa pupila gris. ¿Y tú me lo preguntas?… cultura eres tú, guapetón. Cultura de masas de empanada mental.
Usted también ve, como yo, Moncho, qué ganas de privatizar la cultura y de subvencionar los lupanares y el botellón: un gran avance para esta ciudad que se cuece en su propio marasmo desde que todos estos iluminados andan por ahí, cubriéndose de gloria y euros, ellos, y de mierda a nosotros.
Atentamente
Lázaro Isadán