Estimado Moncho:
He leído dos o tres comentarios que intentan explicar las razones profundas de la deserción de Pablito Iglesias de las prietas filas del aula 3B del colegio gubernamental. Se aducen unas razones que yo entiendo poco razonables y unas realidades poco realistas, porque la única y veraz explicación a esta huida hacia atrás solo yo la he columbrado con la sagaz interpretación de un sueño que he tenido, que me vino a decir lo siguiente: “¡el chico se aburre!”. Soy como José ante el faraón.
Una cosa es predicar y otra bien distinta es dar trigo. Como se ha comprobado a lo largo de su vicegobierno, el muchacho no ha sudado ni un grano, no ha llenado un celemín. “Es muy inteligente pero no se esfuerza”, ha dicho el psicólogo de la Consejería de educación. Los asuntos sociales están muy bien en los informes uniformes del Comité central con doscientas mil páginas de pincho, corto y pego, que ha fotocopiado y repartido esa chica tan mona de primero de Políticas: todos a luchar contra el desahucio, el hambre, la pobreza energética; a favor de los huérfanos, las viudas, los ancianos desamparados y los inmigrantes sin techo; y otra muy distinta es tener que estrujarse los miolos para solucionar el problema, uf. Es que Pepito me pega, profesora. La burocracia, las sesiones de despachamientos interminables con secretarios torpes, asesores cerriles, expertos infalibles ignorantes, aburren a una ostra, son un tostón. Lo que Pablito quiere es estar en el recreo, en la barricada, lanzando adoquines a diestro y también a siniestro, soplando en el megáfono, y escondiendo la mano, como perfecto predecesor posterior de aquellos comités abiertos de facultad, CAF ( de cafetería), que paseaban su revolución por las aulas, levantando clases y convocando huelguitas para entrenamiento de guerrilleros de Sierra Maestra en traje de primera comunión; y de paso ligar un poco en las Asambleas, que no viene mal un sexo de vez en cuando, sin desviaciones ideológicas. Sexo prematuro, criatura. “Su hijo es hiperactivo, señora” ha rematado el pepsicólogo.
No ha sido una decisión valiente, no me vengan con esas, me dijo mi sueño premonitorio, porque antes muerto que sencillo; en el ejercicio profesional de la fontanería hay que agacharse debajo del fregadero. “A mí lo que me pone es largar andanadas por feisbuc y sálvese quién pueda. Estábame bajando, señorita, mi autoestima, la gente me critica, profesora, no quieren jugar conmigo”.
En mi sueño adivinatorio me ha crecido un tumor de otro sueño que ya no era el mío: en él un niñito negro con los ojos azules, subido a la puerta de Brandemburgo que se parecía mucho a la puerta giratoria de Alcalá, decía lo siguiente: “toda la izquierda comandada por Pablo nos iremos a Madrid en autobús, conquistaremos la puerta del Rey Sol y expulsaremos a los indios hacia la reserva, se van a enterar estos antropófagos. Pásame esas canicas y el porro”.
Pero hete aquí que aquellos a quienes una vez este niño había despreciado, expulsado, ninguneado, sin ni siquiera invitarlos a su cumple, han dicho que nanai, que ellos están bien así, que no necesitan a Pablito para jugar felices, los chicos con las chicas y las chicas con los chicos, que se divierten mucho ellos solos con sus juguetes eróticos pagados a tocateja, jugando a las casitas de plastilina y al quedaqueda y ahí te quedas macho.
Una vez sorprendí una conversación entre dos paseadores de sendos perrazos que se cruzaron en un parque de Lababia, ellos y los canes asesinos, y yo de rebote huyendo: Uno de los chuchos intentó un acercamiento por retaguardia y recibió una tarascada y un gruñido de oso que casi lo disminuyen de tamaño. El dueño del perro ofendido y humillado, dirigiéndose al malvado animal agresor le dijo: “Hay que dejarse oler el culo, macho”. Pues eso, lo que el muchacho quería era que Más Madrid y Psoe se dejasen oler el culo, no se imaginaba que pudiesen revolverse contra él, qué desagradecidos, si yo lo único que quiero es jugar. “Profe me aburro, dígales que no me maten”.
A veces, Moncho, para algunos, como yo, la vida es sueño pesado: Pesadilla que se muerde la coleta.
Atentamente,
Lázaro Isadán