Estimado Moncho:
Ya me asomo pocas veces, cada vez menos, a esa ventana de la televisión abierta sobre el Congreso de los diputados. Y no lo hago por aburrimiento, que también, sino sobre todo por vergüenza ajena. El espectáculo dialéctico es de una bajeza canina, aunque a eso ya se viene acostumbrando uno desde hace tiempo, dado el machacón y constante show nacional interactivo de las redes sociales y teles parpadeantes e hipnoidióticas como luces de neón de un gran casino repleto de máquinas tragaperras, ludópatas sudorosos e imbéciles, mafiosos de pulcras uñas y putas de tres al cuarto y de cuarto y mitad. Cuando me asomo a ese espectáculo ya no es para sentir el aburrimiento que pueda producir el trabajo bien hecho, sino para cabrearme con los gestos de esos señores a los que me niego a llamar señorías, lo mismo que me niego a llamar señorías a muchos jueces venales y parciales que campan por sus anchas en los juzgados españoles. No, el trabajo concienzudo de los demás es tan aburrido como suele serlo el propio: lo que me llama la atención es la falta de respeto que todos esos mariachis tienen por los españoles o, para no darle cancha a los indecentes del nacionalismo racista, por los ciudadanos que les pagan los gordos sueldos inmerecidos.
Ahora la tendencia, mientras unos pocos se enzarzan en discursos tan estúpidos como ellos mismos, tan vacíos de contenido como ellos mismos, tan escasos de objetividad como ellos mismos, tan carentes de sentido común como ellos mismos, es atender al teléfono móvil de última generación espontánea, que les ha salido gratis a la mayoría. Si usted va a trabajar a una fábrica y se entretiene en la cadena de montaje con su aparatito masturbatorio, me refiero al teléfono móvil, tenga usted por seguro que será despedido sin demasiadas explicaciones, o debería ser despedido, por inútil, fatuo, y parvo, así que no entiendo que aquellos que deben estar a lo que sucede dentro de ese Corral de la Pacheca , aunque les aburra, se pierdan en viajes por el éter de la internet sacando a sus pantallas vete tú a saber que mamarrachadas imprescindibles para su inteligencia, pero innecesarias en cualquier caso para el lugar que ocupan en ese momento. Si ellos, los culos votadores, hacen eso, cómo quieren que la ciudadanía tenga respeto por su función. Ellos no nos respetan y nosotros tampoco los respetamos a ellos.
Una diputada llevó a su mamoncillo a mamar en el Congreso y se le permitió. Dar de mamar es una actividad necesaria para el mamón pero joder también es una actividad necesaria para que alguien mame alguna vez y, por el momento, no han tenido la ocurrencia de practicar el sexo misionero sobre los mullidos escaños. Qué gran triunfo sería para el Grupo Mixto, estar siempre arriba. Ah, pero todo se andará, porque la libertad bien entendida empieza por uno mismo y a nadie hay que coartarle su libre albedrio católico.
A veces miro los planos de la televisión que recorren el Parlamento con el temor de ver a algún anormal comiendo pipas, o cacahuetes o, si son de algún partido extrasubvencionado, ricos pistachos. Aún no lo he visto pero lo veré, lo mismo que algún día veremos a algunos cafres comiendo y bebiendo y disfrutando del picnic que les acerque el ujier desde el economato del Congreso en finas bandejas, con sushi y ensalada de aguacate, o alguna que otra una raya en caldeirada. Y sulfatarán al masticar.
Si son capaces de comportarse de esa forma chabacana cuando los ojos electrónicos, como en aquellos programas de Gran Hermano, los están mirando, no me quiero ni imaginar lo que harán en los ocultos refugios de sus despachos enmoquetados. Alguno habrá colgado un chinchorro para echarse otra siesta. Las neveras estarán a tope de whisky y gambas, habrá videoconferencias gratuitas con sus parientes del Nepal, los asesores le harán los deberes a sus niños porque ellos, por la noche, llegan siempre muy cansados, y así sucesivamente. Cada vez más este Parlamento nacional y sus primos los parlamentos autonómicos se me parecen a aquel palacio de “El otoño del Patriarca” en el que las vacas se comían los cortinajes, las concubinas lavaban los pañales de los bastardos en los pilones del patio, y los retenes de soldados se jugaban la paga esperando el cambio de guardia. Mientras tanto los ingleses habían comprado el mar de la Nación y se lo habían llevado lejos.
Atentamente,
Lázaro Isadán