Estimado Moncho:
Las instituciones que administran eso que algunos llaman el Fútbol Español no se han desprendido de la telilla de araña que queda pegada en la cara y en las manos cuando atravesamos un lugar abandonado, oscuro y lúgubre: la tela de araña de la dictadura. En las covachuelas de esas instituciones perviven gentes oscuras, advenedizos cucos, soldados de fortuna con un titulo o sin él, abogados, contables, gerentes, amanuenses y escribientes, al amparo de las viejas costumbres preconstitucionales, que manejan millones de euros de un espectáculo opiáceo, y ya definitivamente visceral (glándulas suprarrenales y testículos), y en cuyo manejo, como aquellos molineros deshonrosos de antaño, se les van pegando en las manos calderillas y harinas varias que les permiten mantenerse orondos y perfumados, escondidos detrás de las pantorrillas de los futbolistas profesionales. Con un simulacro de democracia de cara a la galería los cargos se reparten en otras instancias que no son las urnas. El futbol, como deporte, les importa un rábano. Cuando se afilan mucho, con un poco de lustre y aceite de dólar, pueden incluso aspirar a dirigir u ordeñar alguna otro cuerpo astral como la UEFA o la FIFA, nidos de mafiosos sobornables y presuntuosos que viajan de un lugar a otro del planeta con el único objetivo de sacar más manteca de los desgraciados países sobre los que han aterrizado. Una plaga bíblica. El fútbol, como deporte, les importa dos rábanos. Alguno de los dirigentes no ha visto un balón de reglamento en su vida. Ha visto una estatuilla de un gladiador repartiendo un puntapié a algo parecido a un rábano III sin las hojas, o ha visto un trofeo que parece un resto de puerperio… y que le han dicho que es de oro, el Balón de oro, Baal. Solo han reconocido el oro y las vocales, y al cantante melódico italiano. Todos los días leen el As para estar al tanto de los nombres de las vedettes del espectáculo. Cuando los han llevado a un palco vip de un estadio, desde las alturas, con las comisuras de la boca llenas de caviar, se preguntan qué hacen esos muchachos corriendo sin ton ni son y ese señor de fucsia haciendo aspavientos. Su miopía les impide ver lo que Matías Prats definía como esférico. ¡Oh cuero en el seno, oh dulce rotundidad de lo redondo! Alguno hay que después de pasar por el bufé cree que está en una carrera de galgos sin liebre ¿ has dicho liebre? qué jambre me ha pegao.
Si este fuese un país en el que la Transición dejase de transicionarse otros cuarenta años, a estos pájaros se les habrían cortado las alas. Una de sus múltiples ocurrencias es la de castigar a futbolistas, entrenadores y directivos locuaces que, después de los partidos, se les ocurre criticar, he dicho criticar, las decisiones de esos caballeros negros que son los árbitros Corazones de León. Hasta han creado un oscuro Comité de Competición, una cheka de juguete. Si este país tuviese digerida la democracia, y sus usos y costumbres, esas inquisiciones estarían cortadas de oficio, y más cuando se trata de organismos que mojan pan en la salsa pública. El futbolista acata durante el partido la decisión del “trencilla” y hete aquí que, después, en su casa, en la sala de estar, abrazado a su esposa legítima, o en el tresillo hortera de una radio, calentado por el entrevistador intelectual de turno y rigor, no puede decir que el señor árbitro se equivocó, que su decisión era a todas luces arbitraria (¿) y que benefició al equipo de más posibles (Real Madrid o Barcelona). No pueden decir lo que cualquier aficionado podemos comentar con los últimos estertores de la cerveza. Delirante. Si a usted, toquemos madera, un juez lo condena a diez años de cárcel no le queda más remedio que irse una temporada a la trena, pero allí dentro puede decir que el tribunal estaba un poco inclinado para ver solo una parte de la verdad, sin temor a que se le incremente la pena; en una disputa por un linde, el señor juez le hace mover el marco unos centímetros para aumentar el latifundio de su vecino demandante, usted lo hace de mala gana pero lo hace, y en la tasca no se harta de comentar que tal vez el señor juez se vio impelido a dictar esa resolución a la vista de los jamones de la esposa de su contrario y a la vez vecino. No se preocupe, nadie lo va a castigar de nuevo, hasta que se le ocurra descalabrar a su enemigo de una pedrada. Pero los capitostes del futbol español no permiten que alguien diga lo que se le ocurre so pena de castigo económico al “lenguas” y a su equipo, y a nadie se le ha ocurrido acudir a un juzgado para poner en conocimiento de la Justicia tamaña desfachatez. Quizá estos pulgones del peral quieran poner micrófonos en los vestuarios y domicilios de los futbolistas y colegas conejos, para tener controladas sus conversaciones y, ya puestos, sus conciencias, y las de sus esposas, amantes y conocidas. Lo que es más grave es que los afectados se toman esta aberración con toda naturalidad y la aceptan con resignación cristiana, se muerden la lengua y avisan, como los niños, de que hay espías.
El futbol administrado, que no jugado, es un mundo antediluviano, lleno de movimientos y tics dictatoriales que son permitidos por reiterados; y la mala costumbre alcanza el rango de ley. Los árbitros si no quieren ser criticados que se dediquen a otro menester, o como en el chiste de Gila si no saben aguantar una broma que se vayan del pueblo. Y los futbolistas, tan aguerridos ellos, deberían decir todo lo que les da la gana con los límites que tenemos el resto de los ciudadanos. Qué plaga, que no epidemia, les ha entrado a algunas gentes una vez que cogen un cargo de corbata y palmatoria. Si los dirigentes futboleros quieren seguir ejerciendo en Torquemada S.L. es mejor que vayan a dirigir la liga del Vaticano o la de Corea del Norte, que allí serán bienvenidos. La libertad de expresión no descansa los domingos, día que antes se dedicaba al sacrificio al dios futbolero. Y aunque esta es una cuestión anecdótica, menor, fútil, no lo es tanto si pensamos que de lo nimio se pasa a lo importante, a la persecución sañuda de la opinión que no nos gusta. Y de ahí a los paseos por cunetas, perdone que me ponga trágico. Si estos dirigentes fuesen poetas tal vez deberían perseguir las majaderías que sueltan muchos futbolistas y sus portavoces cuando acaban los partidos, pero hay que tener piedad de unas gentes que trabajan con los pies: unos simples sabañones les pueden estropear su nómina y la de sus tapabocas oficiales.
Atentamente,
Lázaro Isadán