Estimado Moncho:
La casualidad no existe, las casualidades tampoco. Aunque el azar es el dios que gobierna mi mundo, en otros mundos más ocultos, más venales, el azar maneja pocas relaciones, tiene poco que ver con el resultado de las acciones. Nuestro alcalde, en un despiste que todos veíamos venir, menos él, ha sufrido en sus propias carnes el castigo de la traición desnuda, pura, vestida de inocencia. El señor alcalde, que se presentó a unas elecciones con un decálogo primoroso, se hizo dios con la conculcación esencial punto número uno de sus Mandamientos: vendió a sus votantes con el fantástico y grouchesco argumento de que alguien quería comprarlos; y así, con un cambio de cromos electorales, se fue a la cumbre de la Plaza Mayor a soñar asesores robots que le hiciesen los cálculos trigonométricos de cómo convertir Lababia en el hazmerreir acuático de las otras Españas. No se le pasaba por la cabeza que quién estaba tan poco armado a simple vista, un personaje de aspecto bonachón y blando, como un peluche, su Hijo Adoptivo, pudiese sacar un puñal de debajo del refajo y, con otros republicanos clásicos , asestarle treinta puñaladas, una por cada moneda recibida.
Las justificaciones del freudiano asesinato del padre se escogieron entre algunas insustanciales cuentas de la vieja, se dijo que se habían desviado dineros hacia una televisión atorrante, se dieron unas cifras exuberantes, que poco a poco fueron disminuyendo de grosor en las noticias de los periódicos independientes. De 800.000 euros se pasó a 52.000 euros ¡qué crisis esta! Pero en el juzgado de guardia aun no saben nada de tamaño desfalco, algún irresponsable político debería pensar en hacer algo alguna vez, no únicamente soltar sandeces y lugares comunes que nos tienen hasta el moño.
Si la casualidad no existe, yo tampoco creo mucho en la teoría del karma según la que el que la hace la paga. Tal vez la pague en el otro mundo convertido en garrapata; aquí, invariablemente el que la hace sólo la hace, por lo que este hombre ha recibido un merecido castigo debido más bien a su egolatría y bisoñez que a la ley de la compensación cósmica. El que con niños se acuesta cagado se levanta, y más aun si todos los durmientes son infantes diarreicos.
Al mismo tiempo que Bruto y sus colegas esperan a César en el Palatino de la calle Progreso para asestarle sus puyas, a orillas del Miño ha empezado a levantarse un monstruo de veintitantos pisos, desde cuyas alturas Heliogábalo oteará los dominios de su imperio, que abarcan desde el Alto del Castaño hasta la Canda. Y Copasalcurnia, su esposa bienamada, mientras tanto ya duerme más tranquila y sueña con un acueducto que no necesite ningún plan de urbanismo y que lleve el agua mineral desde Verín a Arteixo pisando los callos y las berzas de los galaicos, esos coitadiños que apoquinan hasta la sangre.
Lo dicho, Moncho: ni la casualidad , ni el karma: solo conjuras infames que en este caso no parecen doler tanto por el destinatario al que se la juegan, un tarambana que, sólo por eso, ya me empieza a caer simpático.
Atentamente,
Lázaro Isadán