EL SILENCIO DE LOS CORDEROS
Estimado Moncho:
Alguien, desde su escondido interior, puede estar preguntándose qué es lo que quedará cuando estas aguas putrefactas se hayan retirado; cuando esta ola de miedo, de incompetencia, de abuso, se haya ido a su cubil en lo más profundo del océano. Alguien, algunos hombres preocupados, se preguntarán qué es lo que puede quedar de todo esto. Yo, que no sé nada, se lo voy a decir: de todo esto no va a quedar sino la vacuidad más absoluta, el cero perfecto, y las muertes vociferadas, innecesarias y crueles. Nos habremos dejado torturar cooperando con los torturadores, con nuestros consejos sobre donde más nos duele, pónme la mano aquí… la Nada en manos de la frivolidad general de los que mandan: eso es lo que había y lo que permanecerá. Dirán que ha habido una avalancha de Sensatez y Dignidad; dirán que muchos han salido al balcón a cantar el himno nacional, otros a colocar el apósito móvil en feliz concordancia con la etérea estupidez, aplaudiendo a los dioses intermediarios, al son de una música del dúo dinámico o de otro poeta muerto. Solidaridad con los médicos, le dicen, y yo os digo ocurrencia de idiota con resaca. Volveremos a caer en otra. Tropezarán de nuevo estos asnos y nos tirarán al suelo como cacharritos de barro que somos. En otro lugar, o en el mismo quizá, jugarán a ser dioses de lodo y nos envolverán en su red de araña. Nos desprecian hasta el punto de ver solo el jugo sanguinolento que contenemos, y después de orar en el altar de Molocdólar probarán con los ciudadanos, en cualquier lugar, otro experimento nefasto. Seremos atacados por un virus, por otra guerra, por una fuga nuclear masiva, por otra invasión bárbara, por otra xenofobia nacionalista, porque no tenemos remedio. Jamás aprendemos nada. Mientras los tiranos, con sus camisitas y sus canesús, sigan campando a sus anchas no habrá lugar seguro en el que refugiarse. En un guasap me decían que en Italia corría por las redes un lema muy bonito: “… a nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra y fueron. A nosotros sólo se nos pide que nos quedemos en casa…”. De acuerdo, quedémonos en casa, a salvo, como en ataúdes acolchados, pero ahí vive el secreto de esta gran falacia: que siempre son otros los .que ordenan nuestro sacrificio, los que nos acompañan al matadero, los que nos dan una palmada en la mejilla por buen comportamiento, mientras ellos llevan flores a la tumba del soldado desconocido, y después se van al banquete con Heliogábalo.
Pobre, desgraciado, ingenuo enamorado Dante, que imaginó un Infierno de círculos concéntricos, poblado de compatriotas infames y de antepasados viles y héroes errantes desconocidos. No le bastaba el propio infierno que los demás ejercían contra él exigiéndole el exilio y tal vez el desamor. Hoy ya no se necesitan infiernos del Beato de Liébana; no se necesitan patíbulos; ya no se necesitan autos de fe y hogueras y picotas en las plazas. Basta que alguien abra una espita para que todo el veneno se derrame sobre la Tierra o que, alguien, al amparo de la noche, redacte una ley, para que todos volvamos, camino de nuestros barracones, como los esclavos romanos que segaban el trigo en las grandes fincas de Sicilia, de Egipto; como los parias que, sin conocer ni a sus padres, trabajan de sol a sol hasta que mueren de cansancio, sin haber visto otra cara que la de su capataz, para que la Gran Ramera siga con su fiesta.
Si de todo esto quedase al menos la huella, como un tatuaje en la playa, de que hemos sido estafados, engañados, manipulados hasta la extenuación, podría haber una esperanza en un futuro de rebelión, se podría encontrar la salida del aprisco. Pero me temo que lo que quedará es esa impresión de que jamás podremos sobrevivir sin papel higiénico; de que cada cual intentó salvar su propio culo de mierda, con la única excepción de los héroes cotidianos que no son precisamente los que salen de cabalgada desde la Torre del Homenaje. Ya no nos sirve Rambo, ni Gandalf, ni Mortadelo, ni Filemón. Quizá el que pudiera aun hacer algo sería Batman, que sabe mucho de murciélagos falsos de laboratorio, pero mucho me temo que el Joker no lo deja ni moverse de casa.
Atentamente,
Lázaro Isadán