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Pensar es algo fascinante, íntimo, infinito… Por eso, cuando estamos con gente, podrían reprocharnos qué hacemos allí. Y tendrían razón. Intentamos seguir las conversaciones pero, sin darnos cuenta, ya nos hemos desconectado otra vez. Un instante vivido que nos invade sin avisar; un rostro amado, un paseo a la orilla del mar con aroma a aire salado, un sueño inquietante, un párrafo del libro que estamos leyendo… La mente no para; nos reclama atención y, nos podemos evitarlo. Mientras hablan, nosotros planeamos por hermosos paisajes, cuerpos, palabras… En fin, que nos aguanten estando allí sin estar, haciéndonos compañía y, a la vez, permitiéndonos seguir en nuestro mundo es la razón por la que los aprecio. Una de ellas.
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Mira si te comprendo, soñador/a Hannibal, cuando me has hecho recordar el placer que sentía de interno en el colegio cuando me quedaba dormido mientras tres o cuatro compañeros mantenían la conversación en baja voz porque nos estaba prohibido hablar a partir de medianoche; el mismo placer cuando se cerraban mis ojos como se cerraba la noche en el piso universitario mientras algunos amigos seguían contando las tantas, charla que te charla. Tú sigue echando la mente al viento con la nana de nuestras voces que nosotros seguiremos hablando sin problema. Boas noites e dulces soños.
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