Pues aquellos que más insultos profirieron o más difamaciones soltaron o más escraches organizaron o más de todo contra el poder y sus gobernantes, ahora quieren controlar no a las figuras que tanto criticaban sino a los ciudadanos y gente del pueblo que un día fueron ellos. Y digo “fueron” porque ahora ya no lo son, ahora son lo contrario de lo que eran, ‘aquello’ contra los que disparaban todo tipo de opinión, incluso la maledicente y torticera; ahora son precisamente ellos el poder, pero aún menos demócrata que los anteriores pues tienen las narices de tomar la iniciativa de proponer al Gobierno a adoptar medidas para que las empresas tecnológicas prevengan la propagación de mensajes de odio en las redes sociales y borrar los ‘mensaje de odio’, facilitando la vigilancia y la eliminación inmediata. ¡Caramba, cómo cambia el chollo, el pensamiento, cuando cambia la posición dentro del régimen! Los de abajo que suben al podio del poder se olvidan pronto de sus sentimientos anteriores y seducidos por la comodidad y bienestar que proporciona ese estadio celeste, se agarran al clavo ardiente de la represión y control sobre quien ose moverse y resulte demasiado incomodo para su perpetuación en esta nueva posición. Y aunque la vistan de seda o de lo que quieran, con discursos de vulgar comercial fulero, no cuela, y algunos no compramos su trampa maquiavélica. Las redes sociales no son la alegría de la huerta, desde luego que no, entre otras cosas porque los algoritmos se diseñan ya con ciertos propósitos espurios, pero es lo que nos queda a muchos ante la inercia servil de muchos medios de comunicación, a quienes les da de comer fundamentalmente el poder políticos, que no somos ni usted ni yo.
Como si fuera un fenómeno nuevo, ahora les preocupa a estos nuevos dirigentes políticos y gobernantes que la gente pueda opinar lo que quiera y cuando quiera sin tener que pasar por censura previa, que, al parecer, es la vocación que han descubierto de repente. Dicen que la medida es propuesta para vigilar el odio, y se excusan argumentando como ejemplo de éste las críticas surgidas a raíz del coronavirus, ¡manda carallo!, además de burros, apaleados. Estos censores del “presunto” odio sin duda no han leído a Nietzsche decir que el odio sirve para mantener un cierto estado de alerta intelectual. En situaciones tan peligrosas como el falso consenso grupal –cuando creemos que todos estamos de acuerdo, aunque no sea así, por mantener la cohesión– solo los odiadores son capaces de actuar con lucidez. No, no lo digo yo, sino el filósofo. Que no, que lo que no quieren los nuevos jefes del orden político español actual es que se repita lo que para ellos resultó ser un dolor colectivo derivado del coronavirus, y que según ellos fue “instrumentalizado con fines ideológicos” lo que ha puesto en riesgo la seguridad física y la integridad moral de quienes han sido objetivo de estos “linchamientos” digitales. O sea, los que amenazaban hace dos días a los contrarios sin cortarse un carajo, ahora sienten miedo de que les devuelvan el respeto con la misma moneda, hay que ver como cambian las cosas.
No se les ocurre pedir a estas empresas tecnológicas, que han conseguido meternos en el saco o su red a base precisamente de la libertad que nos proyectaron, y que ahora se quieren cargar, que lo que tenían que regular para un mejor autocontrol de los ciudadanos clientes de las mismas es la identidad contrastada de los participantes, al objeto de eliminar de la red al que acude a hacer daño protegido por su vil anonimato. Tan sencillo como esto, pero tan difícil en cabezotas que no persiguen que seamos seres libres, todos.