Hay un imbécil en mi calle.
Tal vez dos.
Pero…
supongo que tendrás una bicicleta. Tal vez de esas que llaman “muntanbaiq”. No te rías, no pierdas el tiempo, porque sé cómo se pronuncia, tan que así como bicicleta de montaña también en inglés. Lo escribo de esta manera para ridiculizar un poco, en la medida de lo posible, todos esos anglicismos importados, barbarismos adoptados, palabros inventados, innecesarios a no ser, a los que algunos son tan aficionados como símbolo de modernidad. Tal vez tú. Ahora todo es influencer, woke, fakenews…mil gansadas más. Incluso baquesteis. Seguro que hay una traducción a mi idioma, el español. El español de España. No puedo remediarlo. Te confieso que me da la risa. No es nada personal, vaya por delante. Únicamente, creo, que es cuestión de sentido común, de coherencia, de cultura asentada, aprendida desde la cuna y macerada con algo de vida y un poco de lectura también. En Galicia lo llamamos cabeciña, sentidiño. Algunos (yo) más pedantes(también yo) le llaman CULTURA. Que también. Pero claro, seguro que tienes una bicicleta, o un patinete, que por supuesto, está muy bien. O no. Y vas por el carril bici, por la calzada, por las zonas peatonales. Y por la acera también. Lo sé. Lo veo con frecuencia. De hecho, yo he tenido varias bicicletas y además, casi me olvidaba, un perro también. Y un verderón sin jaula, y un cobaya amigo del perro y el verderón. Y todos convivían, conmigo, en mi casa y la de toda la familia, los demás. Y a mis años, te comento, casi a vuelapluma, sin venir a cuento pero para que veas también, sigo montando a caballo. Y desde hace ha. Me gustan los animales. Ya ves. Y a donde voy, hay caballos, por supuesto, y perros educados rescatados de la perrera. Y gatos, con los que me llevo de maravilla y con los que interactúo (creo que así le llaman ahora) Pero claro, a esos perros, cuatro, educados por su madre, esa perra de verdad, no les compran impermeables de plexiglás (y mucho menos con capucha) para que no se mojen cuando llueve. Son perros de verdad. Ni por supuesto patucos de gore-tex, ni abriguitos thinsulate. Ni siquiera les ponen chichos en la cabeza ni trenzas hasta en las pestañas como a esos perros ridiculizados, todo el día en brazos de… sus mamás, que no pisen el suelo no vaya a ser, como si fueran de peluche. Esos perros privados de su perritud (se venden perros de apartamento, he leído, anuncian). Esos perros maleducados, consentidos, desquiciados, insoportables. Esos dueños maleducados, consentidos, mentecatos, insoportables, que nos someten a los demás a la tiranía de los ladridos de sus perros, a la dictadura de falta de adiestramiento (me refiero al dueño pero más a la dueña) ya sé, llámame facha (estas tardando). Esos perros, obligados a vivir, sobrevivir, en un apartamento de cincuenta metros, a los que sacan a cagar y mear, y ladrar, cuatro veces al día delante de la acera de su casa con un collar de K.C. y correa de pedrería con piel de castor y plumas de alimoche diseño de “Pitita omelette de pommes de terre avec beacoup d’oignons” ( En familia, Pitita tortillas). Caga, bonito, que si no me ven (que parezca un accidente) que lo recoja el barrendero que para eso le pago con los impuestos de los demás. Qué pereza, quita, recoger tus mierdecillas ahora que estás con diarrea porque te he dado yogur de fresa, crema de quinoa con zanahoria picadita en brunoise y de postre… esta por mamá, gominolas perrunas con sabor a piña, abre mucho tontorrón. Mea Cucú, que ya lloverá y si no… Y vuelta a cagar. Esos perros disfrazados con un chándal del Betis (lo he visto. Por estas). Esos perros con el flequillo y el rabo pintado de morado al igual que. Esos perros en carrito de bebé paseando, ufanos, la necedad de sus dueñas. (Todo eso también pero antes llámame machista). Ayer mismo, no miento, vi un perro con pantalones a las cuatro patas, cuatro, un perro convertido en un esperpento de mentira paseado por un imbécil de verdad. Y eso por qué. No sé. Tal vez porque sus dueños, algunos, demasiado algunos, se han vuelto tan irracionales como sus perros. Perros en las sillas de las terrazas, en las cafeterías desayunando. Perros en las librerías. Perros en las zapaterías. Perros en restaurantes. Perros en hoteles. Perros en las playas, faltaría más. ¿Puede decirle a su perro que deje de ladrar que desde hace hora y tres cuartos nos molesta a mí y a quinientos más? Fascista, mi perro tiene derecho. Y si le molesta, cámbiese de playa. Pero mire, que su perro, tiene, allí pone, un cartel de “Playa para perros” cinco minutos a pie tirando hacia la izquierda. Cállate facha, que mi perro tiene derecho. Y tú, lleno de razón, vas y le dices que su perro, no tiene derecho a nada porque es un animal y los animales no tienen derechos porque, principio universal, no tienen obligaciones.
Acto seguido, congestionada, desarbolada (era ella. Creo) presa de postiza indignación, espera a que vayas por la acera, y en un arranque de impotencia, rabia, mala educación, gritando como una posesa, te pasa por encima a la carrera, y el perro, sorprendido, atado al manillar, preguntándose qué hace esta loca, camino de alguna plaza arbolada, con setos cuidados y oliendo a yerba, parterres recién segados donde poder cagar sin que un fascista como yo le diga que tu perro es un perro.
Pero.
¿Y tú?