Arrancó la moto de una pedalada entre el paseo de la playa y la ermita de la virgen del Carmen. La noche no se había dado mal: langostinos, unos veinte quilos, casi dos docenas de chocos y cuatro lenguados de buen tamaño. Tres acedías, dos brecas y seis mojarras además. De refugallo, apenas docena y media de gambas y un puñado de cañadillas también. Doscientos cincuenta euros por el lote, lo tomas o lo dejas. Dos setenta y cinco. El del Barlovento le había ofrecido trescientos. No lo mandó a tomar por culo porque nunca se sabía pero ya fuera, con el capacho sin desatar, lo mandó a cagar, me cago en tu alma, sin que no nadie lo oyese con el sol ya en lo alto. Cuatrocientos en el Trasmallo. Hecho. Aquello valía más. Mucho más. Cabrones. Siempre lo mismo. Pero estaba cansado. Recolocó los langostinos brincando, los más grandes arriba, los dedos hinchados, corteza por piel, insensibles de tanto jalar. Los medio muertos y los chicos abajo. Por poco se pelea con la mar, hija de puta que me estoy dejando la vida, acanalada la cara, el cuello, la mirada, dame un respiro, estírate un poco joder. Me cago en mi vida, rota la espalda y la voluntad a punto de trasluchar. Tanto para gasolina. Tanto para el motor y alguna cosa más. Tanto para mí y mucho tanto para los demás. Y esto para los guiris, peste de tíos me cago en dios. Compartí con él poco más que algunas palabras y de mala gana pura cortesía y por cortesía alguna desgana también. Ya ve, me dijo. Y yo no supe qué. Estábamos solos, la taberna para los dos, cada uno sin más. Fuera, escondido, el sol de Huelva y entre las paredes encaladas, entre los bocados de mojama y los catavinos de fino sin fin, me dijo ya ve. No me atreví. Asentí un poco con la cabeza y con la mirada también. Y supe que tenía razón sin saber el porqué de tanta sinrazón la niebla subiendo y algo de arena debajo de los pies. Pedro una cerveza. Y papas con chocos para entretener. No sé si el caballero…muchas gracias pero no. Quedamos callados un rato con un silencio por mi parte y por la suya…ya ve. Miré fuera. Por entre las nubes del sol. Y de izquierda a derecha, losetas apenas, dos dedos de arena y nada de mar. Ni falta que hacía. Déjelo estar. Ahora me toca a mí. Ponnos un aliño. ¿Le gusta el aliño? Y otras cervezas también. Asentí. Primero a una cosa. Y después a las dos. Chocó al aire desde lejos, el botellín contra mi copa pero en sus ojos no había alegría. Sólo resignación. A trompicones mala hostia y resignación y en el cedé, Orient Blue, ya ve, Paco de Lucía sonando, grande, Al di Meola y otra cerveza Pedro ¿puede ser?
Pasamos más de media mañana camino de la tarde tal vez. No lo recuerdo bien. El teléfono me había sonado unas cuantas veces y yo no contesté. Ni siquiera miré el reloj. Se estaba tan bien…el salitre en la brisa soplando del mar, suena guitarra, un poco de Camarón y contenidas cuatro palmas arrancadas al tiempo que otro fino con un gesto de cabeza por favor.
Arrancó la moto, que vaya bien ya pasadas las seis, y yo me quedé. Lo vi, otro fino en la mano, de una pedalada arrancando camino hacia alguna parte yo qué sé, la mala hostia soplando en la cara, hasta donde se pueda, que vaya bien.