En silencio, una tras otra, fue remontando las páginas con los dedos revoloteando con la delicadeza de una mariposa. Si alguien le preguntase, no sabría decir cuántas veces había leído aquel libro ni cuántas veces lo había sacado de la estantería únicamente para mirarlo. Tampoco sabría decir cuántas veces lo había abierto por cualquier página solamente para aspirar casi con delectación aquel aroma inconfundible que le hacía entornar los ojos y sentirse bien. Recordaba perfectamente cuando su camino se había cruzado con aquellas hojas amarilleadas por el tiempo, cosidas con primor y protegidas por unas tapas de cartón con filetes de oro. Un domingo sin sol, cuando las castañeras animaban los rescoldos y las buchonas se adormilaban en los aleros cansadas de aletear, aquel domingo en la Plaza, deambulando por entre los tenderetes, lo descubrió. El buhonero le dijo que tampoco recordaba el tiempo. Las fechas borradas se habían transformado en una mancha que alguna gota había diluido hasta cambiarla por una nube. O un fantasma. O una carroza de calabaza. O un ogro desnudo. O desvaída una flor. Después de hojearlo la mirada desconcertada, deme la voluntad señorita, la sonrisa interrogante del buhonero, nada más que la voluntad insistió. A pesar del lamentable estado del libro, se lo llevó. En una bolsa de plástico, junto a una barra de pan y un trocito de pastel de manzana, cerca del mediodía se lo llevó. Recordaba que había pasado el resto del día limpiándolo con mucho cuidado, planchando algunas páginas arrugadas y encolando de nuevo alguna esquina raspada. Al cabo de unos días ya no olía a humedad y aquella limpieza había conseguido que los colores diluidos diesen paso a los ocres y violeta de la portada y en el lomo un verde casi esmeralda resplandeciendo enmarcado entre hilos dorados y alguna mancha rebelde de humedad. A veces, con los ojos cerrados, lo acurrucaba en el pecho y soñaba. Sólo ella sabía lo que soñaba. Nunca me lo dijo. No hacía falta. Y aunque yo alguna vez fuese capaz de imaginarlo, tampoco me dijo que aquel libro sin título estaba escrito con las páginas en blanco de recuerdos sin papel.