Todo el mundo sabía en Almaviva que Alvarito de la Iglesia no había nacido por generación espontánea ni por obra y gracia del Espíritu Santo. Todo el mundo sabía en Almaviva que Alvarito podría llevar los apellidos de su padre y de su madre si estos hubiesen tenido la consideración de dárselos. Pero aquello no había sucedido y ahora, a sus cuarenta y ocho años, era lo de menos. Desde bien joven, Alvarito había consagrado su vida a ejercitar las cuerdas vocales con interpretaciones de fragmentos de ópera y alguna vez, pocas, de zarzuela. Y es que la naturaleza, posiblemente por equivocación o a saber por qué, lo había dotado con una más que aceptable voz de barítono y desde que tenía un poco de uso de razón se había jactado de ello ya que no podía jactarse de otra cosa por haber nacido un poco ido y bastante contrahecho desde las rodillas hasta el pecho. También resultaba escaso de pelambre en la parte alta del cráneo y uno de los ojos, concretamente el izquierdo, lo tenía bastante revirado, como mirando hacia el interior, una mano que nacía directamente del codo como si allí la hubiesen trasplantado como un esqueje de geranio y una pierna más corta que la otra de tal manera que en su conjunto parecía que uno estuviese mirando un espantapájaros hecho de prisa, con mala idea, mucha trampa y demasiado cartón. Y es que con Alvarito, la historia se repetía. Nacido de la calentura de bastantes siestas de agosto y algunas de septiembre rayando la vendimia, su madre lo había dejado en la puerta del convento convencida de que las monjas lo acogerían y si así no fuese qué se le iba a hacer pero había que intentarlo. Marcelina se lo había confesado al conde de Almaviva cuando se encontró en el cuarto mes de gestación. Le había dicho mira conde, señalando el bombo incipiente y las lágrimas corriendo, mira conde que esto lo tengo de tu parte. Y el conde, con una carcajada contenida y a medias contrariada, le había respondido que en todo caso de sus partes pero que aquel no era el momento de andar con partijas ni particiones así que después de muchos tira y pocos afloja, Marcelina, la doncella de la condesa, se quedó compuesta y sin noble. Cuando Alvarito nació, su madre ya estaba muy lejos tal fue la prisa que se dio en parir de tal manera que la criatura nunca llegó a saber que el que canturreaba envuelto en una manta a la puerta del convento una noche sin Luna, era él. Las monjas habían quedado maravilladas de que aquel niño, o lo que fuese aquello, en lugar de berrear como hubiese sido lo suyo tal y como determinaban los manuales, en lugar de eso y después de días de incredulidad y dubitantes conjeturas, descubrieron que Alvarito, entre cambio de pañales y toma de biberón, interpretaba fragmentos de Las bodas de Fígaro. A los cinco años tocaba el piano y a los quince daba botes sentado como un canguro por los pasillos del convento porque decía que aquello le fortalecía las nalgas del culo y que le venía muy bien para las horas que debía pasar sentado delante del piano entrenando la voz. Y Alvarito de la Iglesia más conocido como Alvarito el espantajo, se dedicó con más alma que cuerpo a ofrecer recitales, como decían en el pueblo, de las fodas de Bígaro, en los alrededores del convento, en las cercanías de la parroquia, en el atrio de la iglesia y en el palco de la música porque decía que había nacido para aquello por obra y gracia del Espíritu Santo aunque todos en Almaviva sabían que no era así. Todos, menos él.
Alvarito de la Iglesia
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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