Tengo que alegar. Y alego. Y me alego de hacerlo por el bien de mi hígado y de mi equilibrio emocional. Y llega diciembre, florido y hermoso. Antes era mayo pero ahora, con la meteorología desquiciada, creo que también es aplicable. Pues como digo, llega diciembre y con él las cenas de empresa y tal vez de trabajo, los menús sin cigalas, las gambas con mucho de gabardina y poco de gamba, canapés de saumon fumé con caviar de mentira, la risa floja y el perfume de Chanel. Besos, abrazos, parabienes, caricias por el lomo, miradas de cava, burbujeantes y espumosas y después…tan cabrones como siempre. Pero eso no es lo peor porque toda esa parafernalia me la trae al pairo. Incluso a la deriva. Lo peor está escrito. Escrito en las cartas de los restaurantes. Esa literatura barata que con grafía gótica ( Arial o Times New Roman también me vale para el alegato) intenta presentar un mundo de sensaciones y experiencias escondido entre los tarjetones. Vaya por delante que para mí el dueño de un restaurante nunca será un restaurador al igual que un licenciado en Bellas Artes nunca será un restaurantero. A veces, por puro masoquismo, me torturo, o me descojono, según el estado de ánimo, leyendo alguna de esas cartas llenas de mentecateces crujientes, sandeces espumosas, mamarrachadas de fusión y otras zarandajas de la Ría al vapor marinero. Carpaccios de casi todo, lechos tibios de berros aguanosos de riachuelo cantarín. Nubes carmesí, nubes escarlata de tomate deshidratado con suspiros de nata. Flor de sal mediterránea, flor de sal con pétalos de hibisco, flor de sal de Sri Lanka, foies, patés y mousses. Sal Maldon, sal negra de Hawai, sal de Oshima, sal rosa del Himalaya, sal del lago Titicaca que te vas a mojar, sal de la Camargue que esto es sólo para gabachos y sal de ahí que me estás poniendo enfermo. Nuestra cocina ha conseguido fusionar, con el empleo de la más alta tecnología, sabores ancestrales como los garbanzos(previamente loncheados) con mano de ternera alpina (tratada en spa) , con la esencia de pétalos de esterlicia de las selvas de Malasia dando origen a nuestro tan afamado plato de garbanzos con pata. Después me entero que el alto precio que con sadismo te entrega el camarero y que a algunos les encanta pagar con enfermiza satisfacción, no es por los productos en sí, sino por la mano de obra que para escalfar un güevo emplea sopletes, sifones, bisturíes, matraces, pipetas, buretas y algún punto de sutura. Pasen y vean. La feria de las vanidades. La señora palurda, el señor con flato, el gañán con esmoquin, el mequetrefe del 4º. Ahora unos canapiés, primero dulces, después salados. Una copa vestida de rosa y preñada de gambas, champán con panes de oro, risas de cartón piedra y yerba subida del moro. Me ha dicho Piluca, la de los Moyano, que en un pueblo montaraz se rascan el culo con la mano. No me digas, cosa loca, no puede ser, no puede haber tanto montuno y tanta badoca. Te digo, te digo, que una breva no es un higo y tráigame por favor otro testimonio de aceituna rellena de carabinero. Mire señor que dice el dueño que eso es una pasta. Maître, será por dinero. Le recomiendo entonces y a la vez, nuestro menú degustación, muy en sintonía con usted, compuesto por dieciocho aceitunas rellenas con sorprendentes sabores, de postre tarta de almendras, pastelillos variados y abundantes licores. ¿Y usted? A mí me trae por favor, una de pulpo, otra de empanada y media de carne richada, pan de Cea y tinto de la casa ¿Y de postre? Licor café como si fuera para una boda. ¿Algo más? Que tenga usted, una feliz Vanidad.
Alegato contra la mentecatez de restauradores y otras zarandajas
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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