En un viejo chiste gráfico ya mítico de “La codorniz” y que ni siquiera es como yo lo cuento porque la Leyenda deja atrás a la Historia, se veía a un cerdo, otros dicen que era un burro -ambos animales son tan totémicos en España que nunca estarán en peligro de extinción- precipitándose colina abajo. El texto decía:
“- ahí va el cerdo de López.
– si, rodó.”
Aquello, al parecer (se ve que no tengo ni idea de nada), también precipitó el cierre de la revista por una temporada ya que López Rodó era a la sazón opusdeista ministro tecnócrata de Franco. Hoy ese chiste sería imposible en ninguna revista satírica española y no por falta de ingenio, que también, sino porque se menoscabaría la integridad moral de los cerdos o de los burros, animaliños. Dejemos en paz a López y a Rodó. La ley de protección animal, cuyo contenido no pienso leer ni siquiera en la escueta versión para bachillerato ya que yo he sido muy respetuoso con los animales, mucho más que lo son ellos conmigo, es un paso más en la estupidización legislativa española que protege a las víctimas una vez que han sido sacrificadas, no hay más que poner los ojos en las leyes sobre el despido de los trabajadores, los delitos sexuales o el maltrato animal. Hoy la ley no es otra cosa que ley penal, no hay más ocurrencia que el castigo una vez que se consuma el delito. Con la ley de protección animal voy a poner un dedo enguantado, para evitar humedades, sobre la llaga: ¿es que nadie va a preocuparse por esos millones y millones de animalitos plateados que son extraídos de las mares océanas, en contra de su voluntad, con unos artilugios llamados redes?. Es intolerable. Tienen una muerte horrible por ahogamiento inverso. Si las sardinas tienen alma, ¿acaso podemos hacernos perdonar nuestros pecados después de abrir una lata de conservas en aceite?. No sé, es un problema teológico de primera magnitud porque si coincidimos con ellos en el cielo de las sardinas y de los arenques no vamos a caber todos. Aun no he sabido de ninguna manifestación o escache frente a la lonja de Ribeira por parte de los animalistas más acendrados pero espero que se movilicen lo antes posible, es estrictamente necesario para la salud moral de este país. ¿Y qué me dicen de esas ostras que venden en “la Piedra” de Vigo a las que antes de engullir salvajemente se les echa un poco de limón produciéndoles un dolor totalmente evitable? Si las ostras tuviesen ojos en la cara como en los dibujos de Bob Esponja nos mirarían con tristeza y reproche, llorando a lágrima viva por efecto del ácido cítrico. Sería bueno que el alcalde de Vigo y el alcalde de La Coruña abriesen en el Castro o en el Parrote una universidad para ostras y mejillones en la que les enseñaran por lo menos a decir guau: con un poco de pintura y cultura esos moluscos podían pasar por perritos y pronto veríamos a ancianitas y otras faunas arrastrando calle abajo una vieira amarrada con una correa. Trompolotrón, María Gaiteira. De esa manera salvaríamos tres pájaros de un tiro y solamente quedaría por promulgar un decreto ley para subvencionar el pienso de los animales de compañía, berberechos incluidos, fabricado con restos de lechugas y berzas ecológicas, a las que se puede torturar impunemente porque no se enteran de nada. Ñam.