Yo, de medicina, sé mucho. Bueno, más que de medicina de lo que sé mucho es de médicos. Desde los seis años en que se me atascaba la respiración en el pecho central no he dejado de visitarlos y preguntarles por su salud. Desde entonces mis muestras de cortesía obligatoria no han desaparecido de todo, unas veces para hablar de gastronomía antiséptica, otras veces para comentar de política localizada a nivel del hipocondrio. Los médicos tienen, generalmente, muy buena conversación, como los mecánicos de coches de segunda mano que hurgan en el píloro del motor mientras piden la llave del diez. Los médicos y los mecánicos de coches de segunda mano son gentes serias que no se pierden en florilegios. Mi madre, en lugar de mandarme a visitar a aquella tía anciana que vivía a las afueras, me mandaba al médico. Me acostumbré, y cuando pasan más de dos semanas sin una relación civilizadora me pido un análisis completo de sangre y orina y me miro en el espejo con la lengua fuera. Un vicio, esto de los médicos. Por eso estoy preocupado por ellos, por su salud, no quiero que se me pongan malos. Cuando hago esperas de dos horas en la sala de espera de una hora y me veo rodeado de multitud de congéneres achacosos y cabizbajos, o amables charlatanes como yo, me parece que los médicos deben estar un poco hartos de tantas muestras de cariño. No paran. Algunos, incluso, después de trabajar en la sanidad pública de manera desaforada, abren consultas privadas en lugares lujosos y totalmente asépticos, sin camas con cadáveres por el pasillo, sin tropiezos con camillas, sin apartar a empellones a los miles de visitadores de las farmacéuticas, para recibir a sus visitas con más decoro. Esas visitas suelen dejar una propina involuntaria en recepción porque el té de las cinco se ha puesto por las nubes de leche. A los médicos deberían tratarlos con más atención los políticos y administraciones que los manejan. Los políticos y administraciones que los manejan no han entendido aun la relación afectuosa que se establece entre médico y paciente. Los políticos y la administraciones que los manejan creen que puede haber médicos sin que haya pacientes y de ahí han sacado la conclusión de que los ciudadanos puedan estar enfermos aunque no haya médicos que los quieran sanar. Los políticos manejan la ciencia de la medicina utilizando la otra ciencia, poco exacta, de la estadística. Por eso los médicos, y sus necesarios ayudantes, están tan enfadados, y los pacientes están tan enfermos, porque la estadística, de momento, no sirve para curar, para aliviar dolores, para calmar la ansiedad, para tener una charla de amigo sin prisas; de momento la estadística sirve para alcanzar objetivos en las listas de espera, que de dos horas han pasado, muchas veces, a ser de toda la eternidad. Muchos se van a entrevistar con el algoritmo en el Valle de Josafat. La estadística ha concluido que cada enfermo tiene diez minutos de vellón para ser despachado en su conversación sobre la camilla. En la mesa camilla echo de menos un brasero de picón. Hay ancianos que tardan esos diez minutos en llegar a la consulta desde la silla de la sala de espera, y ya no te digo nada si les mandan sacarse la camiseta. Yo apoyo a los médicos de atención primaria y a los otros de atención terciaria, en todas sus reivindicaciones, y aconsejaría que los políticos que los manejan, cuando a su esposa o amante haya que extirparle la vesícula, lleven a las dos a un centro publico de salud en lugar de a esas clínicas privadas que brillan en la oscuridad, en las que además de operarle la vesícula a la esposa le hacen cirugía estética a la amante; que pidan cita previa en su centro de atención primaria; que atiendan los mensajes que les envían las diez empresas de mensajería telefónica que ellos mismos han contratado para atender a los pacientes que se han vuelto impacientes; que si tienen un golondrino se lo extirpe un robot por videoconferencia; y que hagan cola en una ventanilla llevando la tarjeta sanitaria entre los dientes. Con esto empezarían a darse cuenta de que un estadístico con una calculadora no atiende igual a un enfermo que un médico con un fonendo. Pero estos deseos míos no se van a cumplir porque los políticos jamás se ponen malos, no tienen fiebre, gozan de una salud se hierro, no hay manera de deshacerse de ellos y si les falla la voz a la hora de contar mentiras contratan a un chamán con plumas de asesor en lugar de contratar a un otorrino, a un psiquiatra o a un proctólogo.
1 comentario en “HUELGA DE MÉDICOS”
Moi bo. 😂😂😂