Tengo la vaga sensación de haber leído por ahí (mi erudición es muy laxa) que en los últimos días de Francisco Franco alguien acercó al lecho del moriturus la mano incorrupta de santa Teresa de Jesús, a la que le faltaba el meñique, para consuelo o solución de lo irremediable, vete tu a saber. Lo que está claro es que el milagroso alzamiento no se produjo por segunda vez, el enfermo no se levantó con el impulso, y la reliquia fallida volvió a su lugar en la Historia, a dormir su sueño de siglos hasta que alguien de enjundia similar o superior vuelva a necesitar una ayuda extrínseca al respirador artificial y la bombona de oxígeno, o haya que sellar un tratado de paz con un apretón de manos. O pueda ser que una reliquia con tanto poder liberador actuase de forma contraria a lo que pretendían los cortesanos adulantes, postrimeros fantasmas de la corte irreal y loca de Carlos II el Hechizado. Sería mas lógico, entre todo este delirio, que alguien que luchó toda su vida contra el dogmatismo de la crerigalla, que se enfrentó a inquisidores y otros obtusos contemporáneos, que escribió, según dicen el mejor castellano de su época, estuviese más a favor del pueblo llano y sus libertades que a favor de un dictador y su trombosis. Yo no voy a entrar en el valor terapéutico de las reliquias, creo que cura más una fe sin resquicios que un mal médico. Tampoco estoy muy seguro de la obligación que tengamos algunos de ponernos de pie ante los símbolos taumatúrgicos de otras gentes para rendirles pleitesía o mostrarles el respeto teatral debido, según criterio no escrito dictado por los teólogos de la política al uso y de la religión oficial. En los países civilizados la separación entre religión y Estado debería ser respetada a rajatabla con fuertes castigos a quien no lo cumpliera, pero por desgracia en este nuestro país y en otros sus países eso está aun un poco verde. En Colombia algunos herederos de nuestros defectos coloniales y artífices de sus propias virtudes, han ido tan lejos como aquí y, para cultivar más profundamente su realismo mágico, han sacado de paseo, para la toma de posesión de un nuevo presidente, guardadita en su vitrina, una espada que según parece perteneció al prócer de la independencia sudamericana, el gran Simón Bolívar. No me extrañaría que fuese una falsificación y que el facón no sirviese ni siquiera para cortar un queso de San Simón, tocayo. Menos mal que no pidieron prestado el prepucio fosilizado de san Cristóbal Colón o los pececitos de oro de Aureliano Buendía nadando en una pecera de hielo del circo de Melquiades. La acción de levantarse a su paso hubiera sido para tirar cohetes nucleares de fiestas en Macondo. Por ahí andan vocingleros pidiendo máximo respeto por las muestras de piedad popular, respeto por los símbolos de las fronteras azules, respeto por todo ese acervo de accesorios milagreros que vienen encerrados en custodias de un valor tan artístico y monetario de subasta de Sotheby’s que dan ganas de convertirse a la religión verdadera y pedir un asilo político en algún lugar del Caribe caníbal. Estoy de acuerdo: el respeto es imprescindible para la buena convivencia entre las gentes. Pero entonces ¿quien nos tiene respeto a nosotros, los que consideramos que todas esas muestras de superchería fantástica religiosa y militar son propias de gentes poco razonables, por utilizar un adjetivo blandamente condescendiente?: ¿Quién puede creer que una espada sea un país, un trapo sus ciudadanos, un pedazo de madera los fieles de una religión, y que estos adminículos valgan más que las propias personas, que pueden ser castigadas por su falta de respeto…? ¿quién puede creer que el meñique de santa teresa levante a un muerto, cure su ignominia, cierre tumbas y aplique justicias?. Símbolos. Signos. Metonimias. De todas estas aguas benditas de lavativa vienen los lodos del fanatismo que ha acabado, por ejemplo, en el apuñalamiento de Salman Rushdi, un hombre cuyo único delito fue escribir una palabra tras otra, mal o bien que lo digan los críticos literarios, siempre tan sagaces, y no un cuchillero analfabeto. Para alguna gente ese individuo protoasesino es un héroe. Pudiera ser que dentro de unos años los habitantes del futuro sin esperanza tengan la suerte de que su puñal incorrupto se pasee por delante de insignes dirigentes, metidito en una urna, con los restos de la sangre de un hombre que se ya habrá congelado en el tiempo. Mientras haya espadas que se pasean orgullosas ante dirigentes de países técnicamente democráticos, racionales, aconfesionales y no alienados; mientras haya ministros que condecoran escayolas; presidentes que ofrendan al vencedor de Clavijo, curas que gobiernan desde mezquitas y catedrales; e idiotas que los aplauden, significará que aun no hemos salido de la Edad del Árbol por muy progres que nos creamos, por muchos pendientes que nos pongamos en la oreja, por mucha distinción que hagamos entre el culo y las témporas. No tengo ni idea de cuáles son los resortes que levantan a un hombre al paso de una espada desenvainada o de una 9 mm parabellum sin funda, guardadas en caja de cristal, porteadas por cuatro patriotas soldaditos de Pavía, y silenciosas en su urna como serpientes venenosas, pero no debe ser mal interpretado un gesto de apatía ante semejante despliegue de humor negro para blancos. Lo decía Brassens, lo cantaba Paco Ibañez: “…cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual, a mí la música militar nunca me pudo levantar…, etc”