A mí todo este asunto de la cumbre de la OTAN en Madrid me ha recordado a aquel nuevo rico que casaba a la hija con un heredero aristócrata de rancio abolengo y seis apellidos de la Reconquista pero cuya familia ha tenido un roto en un calcetín y se le ha ido la fortuna por el agujero. Ocurría la boda en aquellos tiempos en los que los aristócratas aun no se dedicaban a ser comisionistas y no salían en la foto con los políticos que se meaban de gusto, un asco. El padre de la chica casadera ha engordado unos centímetros en la cintura por insuflación de orgullo bien entendido. La chica no es muy agraciada pero borda que es un primor y además es limpia como una patena. Ahora en casa ya no falta de nada y hasta hay seis personas de servicio doméstico, pero si hubiese que cambiar pañales a fe mía que los cambiaría como la primera. Además ha estudiado la carrera que quería estudiar, sinología o algo parecido, que no sirve para nada en la vida real pero por lo menos le sirve para tener conversación, de eso no me cabe duda, no como yo que no sé hablar más que de trabajo, ladrillos, cemento y gastos ordinarios.
En la cumbre de la OTAN, además de la familia directa del novio aristócrata, ha venido un séquito de primos, sobrinos, cuñados y amigos de la infancia que casi no caben en las fondas y los hoteles del pueblo. Han devorado todo lo que se ponía a tiro, los jamones de la bodega han sido descolgados como ahorcados para enterrar y el vino ha mermado en las cubas a una velocidad digna de Gargantua. Unos días más antes de la boda y tengo que llamar a los del Gadis para que repongan toda la mercancía, ha pensado el padre de la novia.
Su esposa, la futura suegra, una señora de aspecto tímido, vestida para las ocasiones con una ropa ocasional y para la ceremonia nupcial con un vestido de hada madrina con pamela, con unos vaporettos fruncidos que le dan el aspecto de un fantasma de incógnito, decorada por la peluquera de la familia con un edificio que al cabo de unas horas de vida ya presenta unos desconchados preocupantes, se ha dedicado a agasajar a su futura consuegra y acompañantes, gente fina, no hay más que ver como manejan el meñique y fruncen los labios al comerse unas torrijas con el té de las cinco. Las ha acompañado por el pueblo para enseñarles todo lo que se puede enseñar: la fuente en la que bebió doña Urraca, la argolla en la que ató el burro el escudero del rey de Trapisonda, el polideportivo que inauguro Don Manuel Fraga, un melocotonero en flor, lástima que sea septiembre…
Cuando todo ha acabado, la ceremonia, un éxito de crítica y público, el arroz de Calasparra en su punto, los recién casados camino de Tailandia, el suegro con los pies en un barreño de agua fría con sal… el pueblo ha quedado arrasado, como si un tropel de ovejas hubiese devorado un barbecho. Pero todo está bien si mi niña es feliz, piensa el hombre rascándose, con dedicación de mono, el dedo gordo del pie, que tiene un ojo de gallo amoratado por los zapatos nuevos del traje de pingüino. Emparentar con los ricos de la OTAN bien vale un sacrificio; y ahora a esperar las fotos y que los nietos salgan sanos.