El tío Eloy, que no era mi tío para nada, decía que en su pueblo había “Nieves” en agosto y “Moscas” todo el año. Con lo de nieves se refería a nuestra patrona la virgen de las ídem, y con las moscas a una estirpe familiar que así fuera nombrada desde tiempo inmemorial mucho más allá del Calcolítico, sin que a ciencia cierta se sepa a qué se debe el mote generalista, aunque hay sospechas. Dejando de lado a las vírgenes de las nieves, cada vez más frías, camufladas y escasas gracias a dios, quisiera hablar hoy de las moscas, mucho más abundantes que sus compañeras del chascarrillo del Tío Eloy, que no era mi tío para nada. Las moscas son hijas súbditas de Belcebú, diablo que causa la mayor parte de los conflictos entre humanos, amen de algún que otro suicidio de personas con ausencia de rabo con el que espantar los malos pensamientos. En esta nuestra ciudad de Orense las moscas que más abundan son las moscas de la mierda, que durante largas temporadas están encerradas en enormes despachos oficiales, metidas en barreños de roble americano, a la espera de recibir las ordenes de los diablos vicarios y, estos, de recibir un correo electrónico de Belcebú avisando de una nueva campaña electoral. Una vez que la orden de partida del ejército moscoso ha sido emitida por un Deán de Santiago que ya volvió de su visita al mago de Toledo ( léase, a los efectos, la historia del deán y el mago en el Infante D. Juan Manuel o en Borges) salen a posarse sobre los ciudadanos que pululamos como moscas por las calles, sobrevivimos en nuestras habitaciones o papamos aire y patatas fritas saladas en las terrazas despatarradas por las aceras conchipé de Orense; o las tres cosas a la vez. Cuando Belcebú da la orden de partir, de los despachos salen las moscas en estampida, una vez abierto el barril con exceso de fanfarrias y golpes de cincel, y ya nadie puede dormir tranquilo. Las conciencias y el sueño nocturno se llenan de puntos negros como los de la nariz y es imposible deshacerse del insomnio. Se producen estúpidos accidentes domésticos al rebanarse una oreja intentando espantar una mosquita muerta con el cuchillo jamonero; las calles se llenan de obras inútiles y zumbidos; no se encuentra aparcamiento más que en los párquines de pago; y los perros que nunca fornican se enfurecen con sus dueños, que acaban por ser, a fuerza de sacudirse moscas, tan perros como ellos y ellas. Los botellones nocturnos son atacados por las hordas de moscas públicas; en las furgonetas de la Policía municipal viajan cómodamente enjambres de moscos en grandes mosqueras, con los jamones por la parte de fuera; y para entrar en el consultorio médico hay que solicitar cita previa con el enterrador, un personaje que vive debajo de un montón de moscas de la basura acumulada de los despachos oficiales, con muchos días moscosos. Cuando Belcebú se aburre mata moscas con el rabo, como hacen las vacas tolón, animales pacientes como ciudadanos probos, pero con una puntería mucho menos efectiva. El rabo de vaca estofado es un plato delicioso con mala fama por culpa del mal de las vacas tolas, locas de atar por culpa de las moscas tábanas que se les aproximan a los ijares a tomar sangre de vaca sin anestesia, como pastores masai, pobrecillas.
A los enjambres de moscas oficiales es imposible aventarlos y los insecticidas Todo Corazón Verde no hacen sino engordarlas para la verbena que montan a su alrededor. Todas las moscas juntas, volando de un lugar a otro de la provincia, visitando ferias, fiestas y mercados, inauguraciones de viejos pantanos y exposiciones de huevos, vándalos y alanos; tomando posesión de cargo con obispos y cardenales; acompañando a los camiones del chapapote que parchean ad infinitum los agujeros negros de las carreteras comarcales; las moscas de las piscinas públicas, de los pelotones de los torpes de los ayuntamientos, del reparto de comida gratis, de los cajeros automáticos de los desertores del arado…hacen su trabajo sucio arrastrando de aquí a allá toda la mierda de la política corrompida por los moscones inútiles, verborreicos, sudofágicos, cochambrosos, vagos, aprovechados, hijos todos del rabo de Belcebú-Cebú.
Belcebú es un demonio tranquilo, pousón, un diablo que tiende a la inacción excepto en ciertos periodos del año, más propenso a los juegos seroeróticos con diablas de tres al cuarto que a torturas metafísicas. Es un demonio que se deja querer, hace acopio de avaricias y conduce coches a una velocidad endiablada, ayudado por un inhibidor de radar de última generación. Le gustan los autos potentes, al golfo. Belcebú trabaja, a diferencia de otros de sus colegas, con una red de moscas que van cogiendo, en sus patitas de elefante diminuto, toda la mierda que hay en la provincia, y llevándosela personalmente a su despacho infernal con aire acondicionado y una ventana con vistas a la caja de caudales. Su pereza le ha traído enfrentamientos con otros conmilitones diabólicos pero sus resultados tentadores le han encumbrado tanto que el Gran Diablo está satisfecho por el enmerdamiento generalizado de toda la vida de los humanos que han caído bajo su égida.
Belcebú-Cebú se deja adular, no plantea problemas y si alguna vez tiene alguna preocupación que le nubla la frente entre los dos cuernos es la dificultad de trasladar la habitación de las moscas cuando cambia de sede oficial, lo que sucede muy a menudo: el gran despacho es imposible de blanquear y los nuevos inquilinos siempre protestan por los chorretones que descienden como velo de viuda por las paredes de la oficina central de las moscas.
El Tío Eloy, que en paz descanse, que no era mi tío para nada, tenía razón: Nieves en Agosto, y moscas, de la mierda, todo el año.