Narrando la penúltima ordenación de su biblioteca Félix de Azúa dice separar ensayo, filosofía y literatura. El ensayo no es literatura, viene a decir, pero entonces qué es el ensayo, ¿es corrección de pruebas, es curso de preparatorio, es bachillerato para cojos intelectuales? y la filosofía ¿no es literatura, ni siquiera Nietzsche, ni siquiera Schopenhauer en algunos aforismos, ni siquiera …? Azúa se empeña en clasificar sus miles de libros como le da la gana que para eso está en su casa. Allá él. Una alumna convenció a Onetti de que le dejase ordenarle la biblioteca con la malsana intención de estar más cerca de su ídolo astillero. Lo hizo por orden alfabético, o casi. El desastre fue morrocotudo. Le colocó a Samaniego en la F, cerca de Quevedo; A Stevenson en la “R”; De Chateaubriand, al que Onetti nunca había leído, pero cuyas Memorias de ultratumba llegaron a su apartamento en una caja de terciopelo al lado de una botella de whisky canadiense, marca “Atala”, nunca más se supo. Por supuesto la botella se fue volando a la mesilla de noche para hacerle compañía apropiada a su carácter y el libro desapareció en un anaquel de sabe dios qué letra del abecedario. ¿Y los artículos periodísticos, tampoco son literatura? Me resultaría difícil dejar a Joseph Roth con una pierna fuera, pero como mi biblioteca no llega ni de lejos a los 15000 volúmenes, me despreocupo del tema y me voy directamente al que me ocupa ahora, y es la clasificación de los ensayos de Santiago Lamas, en el último libro publicado “Sei lá ou eu que sei”. ¿En qué parte de la biblioteca lo voy a dejar una vez que haya dado el último mordisco?: Lo dejaré por ahí cerca, en la sección de repasos antes del examen, tengo memoria fotográfica y extrasensorial.
La sensación que me ha producido este libro de Lamas es la de encontrarme, parado y pasmado, delante de uno de aquellos quioscos de los años ochenta en el que había de todo, amalgamado en un desorden pilotado por el quiosquero: pornografía, pasatiempos, El cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell, novelas de amor y otros orificios; Historia, divulgación científica, comic, revista del corazón, canicas como diamantes, novelas inmortales, folletos de macramé y haga sus propios marcos con macarrón pluma del numero 10; colecciones de locomotoras para montar en casa, un gran tarro de regaliz rojo, los cromos de primera división de fútbol… Los ensayos de Lamas van de un lado a otro acompañados por citas de autores de los que yo jamás hubiese oído hablar hasta el momento, que dan pie al autor para seguir derroteros propios que toman tantos vericuetos que a veces me he olvidado de qué me estaba hablando más arriba. Pero da igual, uno va dejándose llevar de la mano de don Santiago avanzando a manotazos, cazando moscas al tiento, encontrándote en una altura desde la que se puede ver el rio y sus meandros.
Hay matices que no comparto, hay ideas que me son ajenas y que, como la mostaza, se me suben a la nariz, abandonándolas ya en el primer kilómetro, y hay otras que si la edad me lo permitiera y pudise saber de antemano que saldría victorioso y sin rasguño ( soy un cobarde ventajista), las defendería codo con codo con el escritor con un florete en la mano, conocedores ambos de la estocada de Nevers, frente a post estéticos, post monárquicos, post verdaderos, postureos y postales. Estoy de acuerdo con la sensación de que la cortesía es una virtud erradicada de la relación social, de que muchos aditamentos que las gentes corrientes nos colocamos en el cuerpo son, amen de innecesarios, horribles; de que el malhumor perpetuo no es más que una defensa ante lo feo, lo innecesariamente estúpido y ante la desnudez agresiva de lo cotidiano. A veces todo se salpica de un humor contenido, alejado de la sal gruesa a calzón sacado, agradecido que le estoy.
En fin, que es un libro de peso, pero liviano, que habla de otros libros, de lecturas y de llanuras infinitas, de pintores de la casa, que son buenos porque sí como el vino de los furanchos… un libro que hay que tomar en pequeñas dosis como esos platos de comida de diseño que a él no le gustan pero a los que hay que dedicarse con calma si no quiere irse uno a casa con la sensación de mariposas en el estómago. Si uno se aplica con el bisturí y el tenedor, se les saca mucho jugo, no estamos para prisas a estas edades, y aunque algunos conocimientos nos importan poco tampoco está de más saber de qué se habla cuando se habla de algo.
El ensayo de Lamas es una especie de biblioteca de Babel, dios nos tenga en su gloria por la mención, en la que cada apunte nos lleva a una cita, de la cita vamos a un libro y de ese libro ya no sabemos en qué escenarios perversos acabaremos, porque la literatura, este ensayo también, – Azua me disculpe-, es un árbol infinito en el que las florescencias, las yemas nuevas, las viejas lecturas, no nos dejan en paz y tenemos que volver una y otra vez al añoso tronco, a la vieja rama, hasta que la muerte liberadora venga a poner freno definitivo a este guirigay placentero y siniestro. Es un Juego de la Oca que nos hace caer en pozos, en mazmorras, en laberintos, y de nuevo volvemos a la casilla de salida esperando tardar mucho tiempo en perder la paciencia y el amor a la lectura.
Compren su libro y una brújula, si me quieren hacer caso, lleven ambos unos días por la calle, para presumir, paséenlo como a un amigo sin pulgas y, si se encuentran con el autor, no se les ocurra pedirle que se lo dedique, tomen un vino a mi salud y vuelvan a casa temprano. A don Santiago Lamas es fácil reconocerlo, él mismo nos da su autoetopeya en varias partes del libro, o quizá en todo el libro porque si Santiago no es Flaubert, ni falta que le hace, “Sei Lá” es Santiago Lamas; pero, por dios, no lo saluden. Sirva este párrafo como aviso y pista para adoratrices de imagen y otros iconofágos: (Os Novos Individuos Monásticos) “…non aturan o sentimentalismo, son enxoitos no falar e no vestir sen rexeitar as garabatas, coñecen a diferencia entre realidade e parques temáticos, e, formados nunha cultura lectora, os ordenadores, teléfonos intelixentes e internet son para eles ferramentas útiles pero non un estilo de vida (…); fan voto de silencio cando a conversa vai de política partidaria pero non cando se trata dos principios que gobernan as sociedades libres (…) Teñen tamén voto de paciencia pois aturan silenciosos e resignados as ideas iletradas dos aletrados (…) E non, non levan pantalons curtos no verán, nin puchas de béisbol, nin locen tatuaxes”. Clarísimo, el ensayo no es sólo rugby, también es literatura.