Cada vez me va resultando más difícil caminar tranquilamente por la calle. Podía decir que cada vez me va resultando más difícil vivir, pero de momento sólo voy a decir que cada día me resulta más difícil caminar tranquilamente por la calle, en espera premonitoria de que futuros sucesos luctuosos corten mis manos de escribir y mis voces de decir como la hoz cortaba el trigo en los tiempos de antes del Dragón cosechadora. El miedo ha atenazado mis antaño templados nervios y toda inquietud se me traslada a los miembros inferiores y superiores, y es que el otro día he sido atropellado en plena acera, en pleno día, por una bicicleta: qué silenciosa es casi siempre la muerte que se acerca por la espalda para atacarnos a traición, cuando menos lo esperamos, ¡a nosotros, que nos creíamos inmortales a tiempo completo! Silenciosa como la saeta, rezaba el verso de Borges, así se me acercó ese traicionero instrumento sin motor, cargado con un burro que daba pedal y que, para mejor acertar en su destino y en el mío, y no fallar el golpe fatal, portaba a su hijo Platero en la cesta del manillar como verde mascarón de proa con catalejo. A veces me pregunto si no habré sido marcado por un poder superior con esa pintura que usan los inspectores de alcantarillas para mandarse mensajes cifrados unos a otros a lo largo de la ciudad, con esa tinta que no se borra así le meen los perros del barrio, y de esa manera se me reconoce a efectos de accidentes dolosos. Permanezco convaleciente en mi sillón, con una gran magulladura a la altura de mi maltrecha, por la edad, cadera, y con mi maltrecha, por la alevosía, pierna derecha, que permanece alzada como los brazos de los Hijos del Pueblo Español que cantaba don José María Pemán. Yo no canto pero espero resurgir de mi desgracia, aunque tardaré unos días en recuperar la confianza necesaria apara aventurarme más allá de la puerta de mi castillo y hacer frente al azar que, en mi caso y desde que he nacido, ha sido siempre funesto. Lo que es malo para unos es bueno para otros así que estoy seguro de que en algún lugar, y dado el tamaño alpino de mis desgraciadas cuitas, hay alguien que se ha forrado con mi desviada fortuna. Nada se crea ni se destruye sino que se transforma, aunque yo soy mas partidario de la Ley del Caos y la Destrucción Constante, empíricamente comprobada por este menda. No quiero discutir.
Va siendo difícil aventurarse por la calle, ya no lo digo por mi propia experiencia, que es un poco excesiva, sino por otros inconvenientes que afectan también al resto del común de los mortales contemporáneos y colaterales míos. Por ejemplo los excrementos y orines de perros que parecen surgir de las propias baldosas como aquellas caras de Bélmez que mandaban mensajes del Más Allá por más que se fregaban con cepillo y lejía. Aquí el más allá es el más acá, y mi calle y adyacentes por las que me aventuro se han convertido en una inmensa letrina en la que depositar lo que les sobra a los chuchos. A veces uno llega a casa con los fondillos de los pantalones húmedos por la lluvia y las salpicaduras. No es muy sano. Menos mal que los servicios de limpieza del Ayuntamiento pasan en la noche oscura llevando de aquí para allá los detritos de la ciudad que duerme a duras penas sus hambrientas pesadillas de pobres de espíritu.
Los patinetes eléctricos circulan a velocidades silenciosas y se internan zigzagueando entre peatones, sin discriminación de horario ni edad. Cualquiera puede convertirse en su victima, y ellos mismos, tan indefensos, acaban a veces mordiendo el polvo como soldados vencidos. Ver a un enemigo tumbado sobre el campo de batalla, sin novedad en el frente, creciéndole ya la hierba y las caléndulas entre el enmarañado y ensangrentado cabello, es una poesía que me resarce de la rabia.
Las motos de gran cilindrada se pavonean por delante de las narices de la Policía municipal que parece estar encantada con el ruido y la velocidad excesiva. Requisito para acceder a la oposición a policía municipal es ser sordo y ciego, según. Si la Policía municipal ve a algún humano corriendo como alma que lleva el diablo tiene la tendencia natural a darle el alto porque puede estar huyendo después de alguna tropelía; sin embargo no se apostan para impedir esos desmanes de jovenzuelos mimados que nos apestan los oídos y los pulmones. La fuerza de la imaginación es tan enorme que alguno de estos cafres con cascos arriba y abajo creen encontrarse en un circuito compitiendo contra otros memos en capacidad mental por defecto. Ganan todos.
Cuando mi convalecencia haya acabado tengo la intención, en mis futuras paseatas, de caminar sobre una hipotética línea recta entre dos puntos trazados de antemano y, como un funanbulista sobre el abismo, no moverme de mi trayectoria. Si algún enemigo viene hacia mí y, embelesado en su teléfono portátil, no hace intención de cambiar su rumbo, me pararé, asentaré mis dos piernas sobre el duro suelo y con esa postura inmóvil le haré saber que no tengo intención de cambiar de opinión.
En fin, mientras me cura la pierna voy soñando con una choza en lo más profundo de la tundra de Siberia en la que, con pobre mesa y casa, pueda escapar de mis enemigos naturales que ya no son ni los virus ni las bacterias, la administración pública, el frio, la soledad, el alcalde de barrio…, sino mis congéneres de ultima generación Vip, gentes activas e impetuosas aunque ya tengan más años que Matusalén y su rebaño de camellos.